Cuando entré al entonces Departamento de Artes de la UNT, el 1 de marzo de 1984, con el cargo de Director de la Escuela de Teatro, sólo tenía en mis manos un contrato para “cumplir con tareas docentes, y restituir y poner en funcionamiento un Teatro Universitario”. No tenía oficina propia, aulas, docentes, planes de estudio definitivos, ni estudiantes. Solo un pre-proyecto de creación de Escuela de Teatro y bocetos de una “Carrera en Técnicas para la actuación teatral”.
Sin embargo, por prepotencia de trabajo y con el claro objetivo de vencer cualquier intento de cierre o clausura de la incipiente carrera, el 2 de mayo (tan sólo dos meses después) realizamos el acto inaugural con el rector normalizador, profesor Luis Eduardo Salinas, y la presencia de su asesor, el periodista y dramaturgo Julio Ardiles Gray, con quien elaboramos el borrador de la estructura académico administrativa de la carrera. Elba Castría, Elba Aída Estequín, Alfredo Fénik y yo éramos el equipo docente, en la Biblioteca Sarmiento.
A 30 años de aquellos desvelos iniciales, valieron la pena los esfuerzos personales y del plantel de profesores, que fue creciendo. Realizaron los necesarios aportes en conjunto con las primeras promociones de estudiantes, con quienes consolidamos planes y programas, métodos y técnicas, investigaciones prácticas y teóricas; promovimos la extensión al medio; interactuamos con otras facultades y otras universidades, y observamos con asombro y satisfacción la inserción de actores, directores, docentes e investigadores -creativos, personales y apasionados- en Tucumán y en otras provincias.
La actual Licenciatura, de la que me jubilé hace tres años, recibió el retroalimento de sus egresados. Necesita remozar sus planes de estudio, renovar su infraestructura edilicia y técnica y repensar un cuerpo de producción con extensión al medio, lo que no sólo depende de presupuesto acorde a esas necesidades sino también de la voluntad política de sus integrantes (docentes y estudiantes) y de las autoridades.