Debajo de los árboles del jardín botánico de San Lorenzo y Miguel Lillo y entre los pasillos apretados del edificio que se levanta en esa esquina, las respuestas llegan rápido. Lógico: cuando se les consulta a los alumnos y a los docentes de la Facultad de Ciencias Naturales qué les exigirán a las nuevas autoridades, no dudan y son contundentes: que se vuelvan a hacer viajes al campo y que gestionen más espacio para aprender y enseñar.
El viernes, el nuevo Consejo Directivo elegirá a la decana que se mantendrá al frente de esa unidad académica hasta 2018. Todo indica que la elegida será la actual vicedecana, Margarita Hidalgo, y en su entorno son conscientes de que la suspensión de las salidas ha generado mucho malestar en la comunidad de la facultad. De hecho, en una entrevista con LA GACETA, Hidalgo había comparado la importancia de estos viajes con las prácticas que realizan los estudiantes de Medicina en los hospitales y los había calificado como aulas a cielo abierto.
Darío Marino y Julián Valero conversaban en la puerta de la Facultad. Estos alumnos de primer año de la carrera de Biología todavía no han podido ir más allá de Horco Molle. “Suplantan las salidas con clases en las aulas y con trabajos en los laboratorios. Y eso no es demasiado práctico. No es lo mismo analizar una especie en un laboratorio a buscarla en su hábitat natural”, comparó el primero.
En los últimos años, la reducción de los viajes al campo se volvió crítica, según estudiantes y docentes. El estado del parque automotor de la facultad es desastroso y cada vez que alguna cátedra pretende organizar una salida es necesario pedir prestados ómnibus a la Facultad de Agronomía o a Bienestar Universitario, y rogar que estén desocupados.
“No hay una partida específica de dinero para los viajes. Y eso tiene que cambiar. No puede ser que las salidas al campo estén supeditadas a los gastos generales de la facultad”, renegó Miguel, estudiante del último año de la Licenciatura en Biología.
Las salidas al campo son clave en la formación de los futuros biólogos, geólogos y arqueólogos. Pero no es el único problema que molesta a la comunidad de Ciencias Naturales. Otra cuestión preocupante es la del espacio: el edificio de Miguel Lillo y San Lorenzo funciona al límite. Y, a pesar de que existen proyectos para construir la nueva sede, aún parecen muy lejos de concretarse.
Ingresantes
Alumnos y docentes coinciden que el principal problema se produce con los alumnos de primer año: el espacio disponible casi no da abasto para contener a los ingresantes. “Lo ideal sería que construyan un edificio nuevo. Pero, mientras tanto, nos vendría bien que hagan aulas nuevas en este lugar”, propuso Maira Pichinetti, alumna del Profesorado de Biología, en la puerta que da a la calle Miguel Lillo.