“No es ser mala onda, ¡pero eso se sabe hace añares!”. Ese fue el primer comentario que recogió en LAGACETA.com la noticia de que una tucumana, Natacha Chacoff, participó de un trabajo que fue seleccionado por la revista científica francesa “La Recherche” como el “descubrimiento del año”. Otros, más cautos, sugirieron esperar a conocer el fondo de la cuestión.

Por ese motivo, decidimos darle la palabra a Natacha y fuimos a visitarla a su lugar de trabajo, el Instituto de Ecología Regional de la Facultad de Ciencias Naturales, en Horco Molle.

Allí entendimos lo de “el descubrimiento del año”. Podríamos sintetizarlo así: la Ecología y la productividad agraria no son incompatibles; todo lo contrario. Contundente, ¿no?

La investigación que condujo Lucas Garibaldi, joven docente e investigador de la Universidad de Río Negro y del Conicet, constató que los polinizadores silvestres son dos veces más eficientes (en el sentido de aumentar la producción de frutos en cultivos) que las abejas “manejadas”, o sea las que se crían para producción de miel (apis mellífera), y que habitualmente se llevan y se traen a los campos en tiempos de floración.

Podrán preguntarse por qué esto es tan importante... La respuesta es sencilla: se ha constatado que disminuye progresiva y cada vez más rápidamente la población de insectos silvestres. Y es grave, pues el 90 % de las especies florales depende, para dar fruto y reproducirse, de polinizadores.

Aún hay más: este “descubrimiento del año” tiene implicaciones en nuestra salud, ya que el 75% de las especies vegetales necesarias para una alimentación saludable dependen de polinizadores.

Paso a paso
Lo que hizo Garibaldi fue recolectar y sistematizar los datos - obtenidos en estudios de diferentes investigadores sobre 41 cultivos en 19 países de los cinco continentes. “Cultivos muy variados, desde hortalizas a frutales, sujetos a distintas prácticas de manejo (orgánicos e intensivos), en parcelas familiares y en grandes extensiones”, explica Natacha.

Se estudiaron producciones tan disímiles como citrus, manzanos, café, frutilla, arándanos, mango, zapallo, girasol, algodón, almendros, cerezos, kiwi, maracuyá, tomates, sandías, rabanitos, cebollas... El trabajo de Natacha (que fue su tesis doctoral), por ejemplo, investigó producción de pomelos en la zona de Orán.

Garibaldi analizó las cifras y se dio con la “sorpresa” de que todos arrojaban los mismos resultados: las abejas manejadas aumentaron un 14 % la polinización; los insectos silvestres (otros tipos de abejas, abejorros, avispas) la aumentaron... ¡el 100%!

Trascendencia
“La polinización es uno de los servicios que la naturaleza brinda gratuitamente. Los llamamos servicios ecosistémicos y, a diferencia del control de malezas y de plagas, que son parte habitual de las prácticas agrícolas, no suelen ser tenidos en cuenta”, señala Natacha contundente. “Es fundamental el trabajo conjunto ente biólogos, agrónomos y productores agrarios. El proceso productivo puede ser más sano para todo el planeta y, al mismo tiempo, más rentable para el productor -asegura-. Depende, insisto, del trabajo conjunto”.

Cómo se logra
Para que esto sea posible, explica, es necesario implementar prácticas de manejo agrario amigables, como el uso responsable de insecticidas. Ello implica aplicación de las dosis mínimas indispensables y de sustancias altamente específicas, con lo que se reduce el riesgo de eliminar especies beneficiosas. Y nunca se debe fumigar en épocas de la floración, ni durante las horas del día de mayor actividad de polinizadores”, explica.

Otra de esas prácticas es conservar remanentes de hábitats naturales o seminaturales, donde los insectos anidan y se aparean, y donde encontrarán con qué alimentarse cuando los cultivos ya no estén en flor. “Está demostrado que los insectos forrajean (‘van libando’, aclara) cerca de los nidos. Mas allá de los 750 m del nido, las visitas de los polinizadores disminuyen un 50%”, advierte. Una solución práctica es evitar los desmontes completos. “Si se conservan parcelas de bosque nativo al interior de los campos, lo que se ‘pierda’ en superficie cultivada se ganará en productividad”, explica.

Otra herramienta es la diversificación del paisaje agrícola y promover la variedad de cultivos, que, lamentablemente, es lo opuesto de lo que sucede en Argentina. “Si se intercalan diferentes cultivos con flores, y se mantienen pequeños remanentes de hábitats naturales los insectos tendrán con qué alimentarse durante períodos más prolongados, porque los tiempos de floración son diferentes”, explica.

¿Conclusión? Lo que esta investigación demuestra es que los productores conseguirían cosechas más abundantes contaminando y deforestando menos el planeta... Y eso, queridos lectores, no se sabía “hace añares”.