Entre 1880, que pidió su baja militar, y 1891, en que fue reincorporado, el luego gobernador de Tucumán, don Lucas Córdoba pasaba serios apuros económicos. En una estadía en Buenos Aires, visitaba con frecuencia a su viejo camarada, el entonces presidente Julio Argentino Roca. De esa época, Roca narraría un episodio a Alberto Blancas, quien lo incluyó en el libro “Recordando el pasado”.
Un día, sabiendo las malas finanzas del amigo, Roca le dijo que podría poner a trabajar a su gente, para que don Lucas fuera diputado nacional. “Él me oyó sin decirme una palabra, se despidió y durante un largo tiempo no volvió a visitarme”, contaba Roca. Como pensó que ya no estaba en la ciudad, no dio importancia a la ausencia. Hasta que alguien le contó que don Lucas continuaba en Buenos Aires.
Entonces mandó a su edecán, el coronel Artemio Gramajo, a buscarlo. Don Lucas le respondió: “Ya iré; todo tiene su tiempo”. Días más tarde, apareció en su casa. Roca le reclamó, cuenta, “por el olvido en que me tenía”.
Don Lucas le constestó que no debía extrañarse. “Yo soy un hombre muy independiente y no acepto que se me confunda con los aspirantes a cargos públicos, descontando las influencias de un presidente amigo. Si el pueblo me hubiera elegido, porque reconocía en mí algo que pudiera servirle, yo habría aceptado esa diputación, que quizá hubiera orientado mi vida en otro sendero más propicio que el que sigo. Pero, usar y abusar de una influencia oficial para sentarme en una banca del Congreso por recomendación expresa del presidente, eso no, mil veces no”. Roca comentó a Blancas que “ese era mi amigo Lucas Córdoba”. Y en cuanto a su actitud, subrayaba, “pocos pueden decir lo mismo; quizás ninguno”.