“Me dijeron que las que hacen caño tienen el mejor lomo”. Eso fue lo primero que le dijo una alumna a Stella Maris Almirón, instructora de Pole Dance o Baile del Caño. Y eso no está fuera de la realidad: este estilo de fitness resulta un gran ejercicio cardiovascular y es ideal para tonificar el cuerpo, aumentar la fuerza base, desarrollar la flexibilidad y resistencia, utilizando el propio cuerpo como entrenamiento de resistencia. Pero la gran atracción que genera no se centra sólo en los resultados físicos casi inmediatos: para algunas mujeres llega a ser liberador, de total autocontrol y hasta adictivo.

Viviana Barrera, de 27 años, es ingeniera industrial. Ella se sube al caño de lunes a sábado, pero aclara que no se trata sólo entrenar el cuerpo. “Te da mucha energía y autoestima. Es una mezcla de hobby y deporte. Además formamos un lindo grupo, nos hicimos amigas. Nos encanta y desoyemos los prejuicios que aún quedan por su origen ligado al striptease”, aclara Barrera.

Los trucos, los escapes y las inversiones son los ejercicios que más le gustan a Carolina Gilabert , una diseñadora de interiores que cuando cumplió 31 años sus amigas le regalaron un caño. Hoy, ese tubo metálico decora una de las habitaciones de su casa. “Hasta a mi hijo Matías le encanta. Pero a mis padres -confiesa- les da miedo por las acrobacias en altura”.

Después de subirse al caño, la pisada es diferente y el cuerpo se transforma. Eso fue lo que le pasó a María Sol Moisés, de 21 años, estudiante de Medicina, y a Miqueas Rivadeo, de 22 años, estudiante de Ingeniería Industrial, que se sumaron al Pole Dance atraídos por las acrobacias aéreas. “Es difícil, pero no imposible”. La frase se repite y en lo alto el disfrute se nota a simple vista entre giros y todo tipo de piruetas.

LA GACETA / Foto de Inés Quinteros Orio (Uso prohibido)
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