Verano de 1968. Probablemente en un rústico campo de Banda del Río Salí, dirigía un encuentro de los torneos de verano. Guillermo Ramón Moya, un viejo maestro del referato tucumano, lo observó controlar un áspero cotejo -como lo eran la mayoría en esos certámenes en el que nadie quería perder nada- y no dudó en convocarlo para que formara parte de los árbitros de la Federación Tucumana de Fútbol. Al año siguiente debutó como árbitro de Primera. “Siempre dije que en esto hay que tener un 1 % de talento y el 99 % restante está integrado por inteligencia, vocación, amor por lo que uno hace y constancia para alcanzar las metas que uno pretende”, explica Julio César Gutiérrez, ex juez que se vistió 15 años de negro y que hasta el día de hoy, con 72 años, sigue formando colegas.

Su primera vez fue un 25 de mayo de 1969, cuando en aquellos tiempos, en las fechas patrias se organizaban amistosos; en su caso, Sportivo Guzmán-Argentinos del Norte y su último partido fue controlar un clásico entre Atlético y San Martín el 23 de octubre de 1983, en el que el “decano” derrotó a los “santos” con un gol de Julio Barreto. “Me fui sin decir nada a nadie, simplemente presenté mi renuncia en la sede de la Liga”, recuerda.

Gutiérrez es reconocido porque siempre lo designaron para dirigir los clásicos tucumanos, partidos que, en esos tiempos, paralizaban a la provincia y se jugaban con ambas parcialidades. No recuerda bien la fecha, pero sabe que su primer derby fue un duelo que se había suspendido por inicidentes, que se terminó de jugar en la cancha de All Boys, sin público, y que terminó ganando Atlético por 2 a 0 (goles de José Argentino Zelaya y Raúl “Tití” Campi). Aprobó el examen y, a partir de ese momento, fue una fija en los duelos de los equipos más importantes.

“Lo que más me llena de orgullo es que logré recuperar la credibilidad del arbitraje tucumano. Antes, por distintas razones, para estos encuentros traían árbitros de Buenos Aires. Pero demostré que nosotros también estabámos en condiciones de controlarlos. Sólo debíamos tener una oportunidad para demostrar lo que podíamos hacer”, dice en una charla con LG Deportiva.

En su memoria hay encuentros que quedaron grabados a fuego. “En 1977 dirigí uno que terminó 3 a 3, y a partir de ese momento todo cambió. Los árbitros tucumanos tuvieron su chance. Claro que en eso tenía mucho que ver el hecho de que los jugadores, los verdaderos protagonistas de este juego, aportaban lo suyo y tenían un comportamiento ejemplar. Así, las cosas eran mucho más sencillas. La única vez que tuve que suspender un clásico fue cuando los hinchas de San Martín comenzaron a arrojar piedras para impedir que Atlético diera una vuelta olímpica. Después todo se desarrolló con normalidad”, comenta.

A Gutiérrez le cuesta dar nombres de los jugadores que se destacaron por su conducta. Y le cuesta porque fueron muchos y considera injusto olvidarse de alguno. “Segundo, Raúl y Héctor Corbalán fueron grandes caballeros, pero creo que se destacó más el último, ya que además de no golpear a los rivales, era un crack. Tampoco me quiero olvidar de Luis Reartez, que casi lo perdemos, pero ahora lo veo que está muy bien, o (Carlos) ‘Chacho’ Lizondo, Raúl Díaz y el ‘Kila’ Castro, por sólo mencionar algunos”, detalla.

Anécdotas divertidas, muy pocas: “siempre marqué una diferencia. Ellos eran los señores jugadores y yo el señor árbitro. Eso también me ayudó a tener una muy buena relación con los futbolistas. El respeto siempre fue clave”.

¿Cuál fue el secreto para dirigir siempre los clásicos? “Que cada partido me lo tomaba como un clásico, sin importar si jugaba Deportivo Aguilares, Amalia o Central Norte. El cambio de la Federación a la Liga también fue bastante complicado. Una vez me tocó esperar mucho tiempo para poder salir de la cancha de Concepción FC, con la ayuda de la Virgen del Valle, porque los hinchas consideraban que me había equivocado. Pero a los 15 días volví a controlar un encuentro en ese estadio y no pasó absolutamente nada”, relata con una sonrisa.

Gutiérrez sabe que el arbitraje no es una carrera para cualquiera, y menos en su época, ya que además de dirigir, tenía que trabajar. “Era el encargado del sector de refinería del ingenio Concepción y me costaba mucho. Por suerte, el ingeniero (Juan Manuel) Paz siempre me permitió hacer lo que me gustaba dejándome libre los días en lo que debía controlar un encuentro”, destaca en la charla.

Gutiérrez respira hondo y, mirando al techo de la sala de entrevista, asegura que llegó tan lejos gracias al apoyo de su familia. “La tensión que acumulaba antes de dirigir un encuentro era tan importante que hasta contagiaba a mis seres queridos. Ellos siempre estuvieron pedientes de mi vocación y también me entendieron, como mi hermano que comprendió que haya faltado a su fiesta de casamiento porque al otro día debía controlar un cotejo”, asegura.

El ex juez casi no habla del tema. Sabe que es una espina dentro de su carrera. En tres oportunidades decidió denunciar que intentaron sobornarlo. “Nunca pasó nada porque siempre se archivaron las causas, ya que la Justicia nunca pudo reunir las pruebas suficientes. Pero lo más importante es que nunca me golpearon o me amenazaron por las actuaciones que tuve”, cuenta orgulloso.

Gutiérrez asegura que es imposible hacer comparaciones entre los árbitros de su tiempo y los actuales, y argumenta por qué: “Todo cambió, los valores no son los mismos. Los jugadores ya no se comportan igual, el público no es el mismo y la motivación para los jueces es otra. Ya casi todos son profesionales y, sin que esté en contra, persiguen los sueldos que se pagan, cuando en realidad ser referí debe ser una motivación”, comenta.

El ex hombre de negro, sin dar ningún tipo de rodeo, asegura estar en contra del vedettismo de los árbitros. “Lo mejor que te puede pasar es que después de haber dirigido un encuentro es caminar por tu barrio, que los vecinos te saluden bien como un habitante más, porque es una clara señal de que los protagonistas fueron los jugadores y no el árbitro, como debe ser siempre”, dice antes de despedirse.