BUENOS AIRES.- Los efectos de la devaluación de enero aún no se han visto en toda su dimensión. Sin embargo, van cobrando intensidad, a la par que el Gobierno no quiera sincerar la variable del tipo de cambio.
La reciente reducción de los subsidios tarifarios y las que restan todavía aplicarse son la segunda etapa de un ajuste cambiario que ahora toma cuerpo en el resto de las variables.
La maniobra de compensar una devaluación sin hacerla es, ni más ni menos, una forma de evitar en la práctica una nueva de carácter nominal que implicaría vertirle más nafta al fuego.
El mensaje de la Casa Rosada hacia el Palacio de Hacienda es claro: hay que continuar con la devaluación, aunque sin tocar el tipo de cambio.
La suba en la tasa de interés sólo sirvió para ayudar a disuadir a los agentes económicos de continuar comprando dólares, al tiempo que se continúa adelante con el ajuste cambiario.
La clave es minar el poder de compra del salario de manera de disminuir la inflación generada por la presión de demanda. Sin embargo, inflación hay y habrá toda vez que se registre un incremento en los costos de producción.
En otros términos, para la administración Kirchner la variable de ajuste es el salario, mientras se reacomoda el resto de la política de ingresos, tarifas, tasas de interés y precios y se recomponen los ingresos tributarios, a partir de no actualizar las bases imponibles.
Mientras todo esto ocurre, el Gobierno convalida la suba en el precio de los combustibles que impacta en los costos logísticos de las empresas y obliga a subir los precios.
Al mismo tiempo, se intenta limitar la suba de salarios en las paritarias, para que no se reactive la demanda global. En suma, las autoridades buscan blindar el bolsillo de trabajadores y pasivos para buscar oxígeno frente a la inflación, sin tomar en cuenta que la caída en la actividad económica derivará en un ciclo recesivo muy profundo.
Toda esta alquimia que ensaya en su laboratorio el profesor Kicillof y su equipo sólo sirve para esconder las causas reales del monumental ajuste: la fuga de capitales y la pérdida de reservas.
La presidenta Cristina Fernández no ha sabido articular una política económica que pudiera esquivar el ajuste. Toda su política condujo a un callejón sin salida que le costó al país U$S 25.000 millones desde que asumió su segundo mandato, hace apenas poco más de dos años.
Las gestiones financieras encaradas por la actual Administración no han arrojado resultados positivos y las cuestiones aún pendientes presentan un horizonte difuso.
A esta altura, cabe preguntarse si no es hora que el Gobierno encare una serie de reformas estructurales, que incluya un programa monetario y fiscal de carácter explícito, para no tener que convalidar nuevos ajustes. Pero, el ministro y su equipo creen que si lo hacen se mostrarían débiles ante el mercado y la cátedra y a pesar de que no han logrado frenar la inercia inflacionaria, insisten en su modesto proyecto de Precios Cuidados como si fuera una tabla de salvación.
La tan ansiada mejora a la cual aspiran las autoridades hacia el segundo semestre vendrá muy desmejorada puesto que, en ese lapso, se intensificarán las presiones salariales y sobre los precios.
El primer trimestre del año se fue con una gran pérdida para los trabajadores formales e informales, jubilados y desempleados, encarecimiento del crédito, baja en las exportaciones y una fenomenal caída en las ventas. Es el preludio de una recesión que se presenta tan rebelde como la inflación que, combinadas, ambas auguran un crudo invierno.