Al llegar a la cumbre del cerro, uno puede comprender por qué las turistas francesas hicieron semejante esfuerzo para subir al mirador de la Quebrada de San Lorenzo. En uno de los vértices de la montaña, el paisaje se abre como un ventanal gigante repleto de verde y de tonos azules. Desde las alturas, “La Linda” parece una maqueta de casas diminutas y, a los pies, se descubre la pintoresca villa turística de San Lorenzo con sus casonas coloniales, y otras de estilo inglés, con paredes anchas, techos de tejas y rodeadas por jardines floridos.
No es fácil subir. El recorrido dibuja pendientes y curvas en medio de la selva frondosa. Hay que cruzar el río por un puente improvisado con troncos pesados y la caminata dura más de 40 minutos. El afán por llegar se carga de sudor en la espalda y encuentra eco en la respiración agitada. Inclusive al más intrépido, la naturaleza lo obliga a hacer pausas en mitad de camino para recuperar el impulso.
Cassandre Bouvier y Houria Moumni hicieron ese mismo recorrido el 15 de julio de 2011. Arriba sus cuerpos fueron hallados con signos de haber sido atacadas con violencia y salvajismo antes de ser asesinadas a tiros. Casi tres años después, el escenario de los crímenes cambió su fisonomía. En la cumbre instalaron un monumento y dos placas en memoria de las amigas francesas.
La obra es una escultura de arte abstracto, de casi tres metros de altura, construida en acero y bronce por el artista salteño Alfredo Garzón. La representación de una mano en alto simboliza la vida y la libertad de las mujeres víctimas de la violencia y la injusticia.
Sin registros
Aquella vez, Cassandre y Houria subieron al cerro como lo hacían los turistas más jóvenes. En la base de la montaña, había una casilla, administrada por personal de una empresa que debía registrar los visitantes. Sin embargo, no se hacía un trabajo responsable; por eso los datos de las chicas no quedaron anotados en ninguna planilla. Tras los crímenes, pasaron 14 días hasta que otros turistas que caminaban por la montaña descubrieron a uno de los cuerpos y dieron aviso a la Policía.
Se acordonó el lugar y se prohibió el ingreso a la cumbre para permitir el trabajo de los peritos. Los asesinatos tuvieron tanto impacto que el lugar cayó en el abandono. El miedo por lo que había sucedido fue ganándole al resto y ya no había turistas dispuestos a trepar la montaña.
“La gente todavía está asustada”, admite Darío Gutiérrez. El hombre fue guía del equipo de LA GACETA para llegar al sitio donde hallaron a las jóvenes sin vida. “Fue terrible. Esto nos afectó a todos, por las chicas y porque nos dimos cuenta de que le podía pasar a cualquiera; inclusive a mí o a mis hijos”, advierte.
Darío vive en San Lorenzo, en la base del cerro, y dos o tres veces por semana suele hacer el recorrido a pie para ejercitar los músculos. “Cuando subís solo, sin nadie que te acompañe, se siente el miedo; me imagino el miedo de ellas. Cuando estás en soledad da miedo”, insiste.
Con una mochila en la espalda, Darío camina, en silencio, alrededor del monumento. Después habla de sensaciones encontradas. “Preferiría no verlo, y que no haya pasado lo que pasó. Esto nos dolió mucho. A los sanlorenceños nos dolió todavía más”, dice.
Al pie de la quebrada, la vida en la villa sigue como era entonces. Recibe a turistas argentinos y extranjeros y en cada esquina puede verse la oferta de alojamiento. La belleza de San Lorenzo está intacta, que presume de sus casonas construidas a fines del siglo XIX con toda la grandeza de la época.
Los paseos a caballo y la gastronomía tradicional son sus principales características. La serenidad del lugar es un plus para el descanso. Entonces surge el interrogante de si se podrá recuperar la vieja excursión para los turistas. “Con ganas, cariño y voluntad, todo se puede, pero sin hacer de esto un negocio -dice Darío-. Todo lo contrario. Hay que concientizar para no olvidar la memoria de las chicas”, agrega.