Tienen un origen comunitario, como un lugar de encuentro donde se practicaba el trueque, especialmente en la época medieval. Las ferias populares se mantuvieron a lo largo de los siglos porque son espacios en que se puede comercializar productos -agrícolas, lácteos, artesanales- evitando la intermediación. Estas expresiones sociales se han extendido en los últimos años en nuestra provincia, como un reflejo del desempleo y de la crisis económica, que hace cada vez más difícil la subsistencia cotidiana de los tucumanos, como consecuencia de la inflación. Algunas plazas han comenzado a ser ocupadas durante los fines de semana por feriantes, que tratan de diferenciarse de los vendedores ambulantes que ocuparon hasta hace pocas semanas el microcentro de San Miguel de Tucumán.

Aunque muchos vecinos apoyan estas ferias, otros las cuestionan principalmente por una cuestión de desorden, de falta de higiene, y por ocupar paseos públicos que están destinados a la recreación vecinal. Desde hace años, se escuchan quejas por la feria de El Manantial, cuyos vendedores fueron desalojados de la plaza principal por obras de remodelación y por el adoquinado de la calle Cristo Rey. Según el delegado comunal, se había alquilado un predio a tres cuadras del paseo, pero sólo la mitad de los 280 comerciantes accedió a instalarse allí.

Estos decidieron instalarse los domingos, entre las 6 y las 16, a la vera de la ruta 301 y la cortan para instalar sus puestos con mercadería. Esta acción genera serios problemas de tránsito. Al ocupar todo el ancho de la calzada, los conductores que viajan de sur a norte deben desviarse por las calles internas de El Manantial. Pero también se producen hechos muy peligrosos como el que padeció el jefe de la comisaría de El Manantial que para prevenir accidentes, alrededor de las 6, había cruzado un patrullero y su propio vehículo en la ruta para señalar el sitio en el que se empezaban a levantaban los primeros puestos. Sin embargo, unos minutos después, un automóvil chocó contra el patrullero. “Gracias a Dios sólo fueron daños materiales. De no haber sido por nuestra demarcación, seguramente hubiera embestido a los puesteros”, afirmó el policía.

Esta situación de descontrol pone en evidencia no sólo la ausencia de planificación, sino también de autoridad, que es la que debe organizar esta actividad convenientemente. Los feriantes no pueden hacer lo que se les ocurra y establecerse en cualquier parte, provocando riesgos de accidentes, como sucede en este caso, o avanzar sobre los derechos de los vecinos o impedir la libre circulación por una ruta, porque se está violando un principio constitucional.

Es entendible que a falta de trabajo, la gente busque opciones para poder sobrevivir, pero debe acatar las normativas vigentes. Se trata de un problema que se va profundizando y que, por lo visto, no se soluciona con el otorgamiento de planes sociales.

Son los gobernantes los que deben encontrar las respuestas y también buscar que esta actividad no se desmadre hasta el punto de afectar a a una buena parte de la ciudadanía. Las rutas están hechas para transitarlas libremente, no para que se instalen en ellas puestos de vendedores. La autoridad tiene la obligación de tomar cartas en el asunto -porque es su responsabilidad- apostando siempre al diálogo y a la persuasión.