Emilio J. Cárdenas - Ex embajador argentino ante la ONU

América Latina toda sigue de cerca todo lo que sucede en Venezuela. Ansiosa. Expectante. Particularmente en la Argentina. Me refiero a las protestas pacíficas de una población visiblemente cansada de vivir en retroceso, castigada, insultada e intimidada, que fuera reprimida con una inusual violencia que incluyó asesinatos perpetrados contra jóvenes estudiantes.

Ocurre que esa población ha ido para atrás. Debe subsistir en condiciones deplorables. En medio de una escasez de casi todos los productos de primera necesidad, incluyendo medicamentos esenciales; azotada por cortes de los servicios esenciales; sometida a un clima de gigantesca inseguridad personal, sin parangón en la historia; castigada por una inflación del 57% anual; con una democracia cuyas instituciones han sido deformadas y desnaturalizadas, a punto tal que ya no hay límites, ni equilibrios entre los poderes y con jueces que no son sino agentes del Estado, carentes de independencia. Con un sistema educativo de bajísima calidad, cuya primer objetivo es el discurso único, contra el que se han levantado los estudiantes universitarios de todo el país. Y, peor, sin protección a sus derechos humanos y libertades individuales esenciales, desde que Nicolás Maduro ha puesto a los ciudadanos fuera de la protección regional que brinda el “Pacto de San José de Costa Rica” y, por ende, sin opciones imparciales para defender sus derechos humanos y libertades civiles y políticas.

Mientras tanto, unos 50.000 cubanos auxilian, en Venezuela, al gobierno de Maduro, muchos en materia de seguridad interior. Bajo el aparente liderazgo del comandante Ramiro Valdez. Pero, para Cuba, el naufragio del gobierno de Maduro sería una tragedia económica. Tremenda. Que procurará evitar a toda costa. Porque Cuba subsiste gracias al descarado ordeñe de los recursos petroleros venezolanos.

Por todo ello, las protestas pacíficas de los venezolanos son legítimas. La gente presiente que la debacle económica aún no ha terminado y que hay más sufrimiento por delante. Y por esto protesta contra los ineptos responsables del caos.

Es evidente que, durante años, los bolivarianos se han esforzado por construir un sub-sistema regional de instituciones multilaterales que pueda usarse como aliado en las emergencias que enfrenten. Excluyendo del mismo a las voces no dispuestas a someterse. Saben que el totalitarismo no se impone, ni subsiste, sin remezones. Los bolivarianos estructuraron -entonces- una “caja de resonancia” propia, para ser usada como ocurre precisamente ahora. El ejemplo más duro, pero evidente, es el del Mercosur, donde -para hacer ingresar a Venezuela- se humilló al Paraguay y se transformó al ente en poco más que un púlpito político bolivariano. Como ha quedado lamentablemente visto con la posición adoptada por Mercosur frente a lo que sucede en Venezuela.

Los marxistas usan la fuerza, cada vez que la necesitan. Con ella nacieron y a ella recurren para sostenerse en el poder. Así lo demuestra lo sucedido en Budapest y Salgotarjan, en noviembre y diciembre de 1956. Cuando gobernaba el títere comunista, Erno Gero. La insurrección popular fue sofocada -a sangre y fuego- con los tanques rusos en las calles. Recién en el 2012 el primero de los responsables de lo sucedido debió comparecer a enfrentar sus responsabilidades ante un tribunal húngaro. Se trata de Bela Biszku.

También está el caso más reciente de la matanza en la Plaza Tiananmen, en Beijing, en China, donde la protesta fuera también disuelta a sangre y fuego. Y, ayer nomás, las matanzas en Kiev, ante las protestas de enfervorizados ucranianos que no quieren perder su libertad y regresar a un pasado que saben siniestro.

El caso Carmona

A lo que se suma ahora el asesinato de estudiantes venezolanos, que incluye el de Génesis Carmona que -según manifestaciones del fotógrafo que lo registrara para la historia- fue perpetrado por sicarios del gobierno venezolano. Mediante el accionar de matones a sueldo, como los que el gobierno cubano utiliza cuando reprime a las “Damas de Blanco” en sus caminatas semanales, en La Habana.

La violencia represiva es parte esencial de la perversa política comunista, cualquiera fuere el disfraz adoptado. Por ello la preocupación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que reclama que se desarme a los grupos de choque (los conocidos “colectivos”) y que cese el uso desproporcionado de la fuerza por parte de los esbirros de Nicolás Maduro es correcta. Así como su protesta por las detenciones de periodistas, las restricciones a la libertad de información y el uso artero del Poder Judicial para demonizar y criminalizar a quienes piensan distinto del gobierno, quienes además son objeto de insultos y descalificaciones constantes. Que también se lanzaron, cual dardos envenenados, contra los presidentes de Chile y Colombia que -esta vez- reclamaron diálogo, y no justificaron los palos ni los crímenes de lesa humanidad de los matones de Maduro.

Esta es la fea realidad. Todo vale en los regímenes totalitarios, cuando de preservar el poder se trata. Cortar el transporte, el agua, las comunicaciones, la libertad ambulatoria, todo. Para tratar de imponer -aislando e intimidando- el discurso único. Como lo acaba de denunciar el Comité Académico de las Academias Nacionales de Venezuela, que revindicó el derecho de los venezolanos -consagrado constitucionalmente en la Carta Magna, en su artículo 68- a manifestar pacíficamente sus ideas y a protestar.

Por todo esto, lo que sucede en Ucrania alimenta la ilusión de muchísimos venezolanos de poder ahora salir de la opresión y dejar atrás la dura situación en la que se encuentran.

Todo esto se agrava si recordamos que la legitimidad misma de Nicolás Maduro está cuestionada. Desde que incumplió el pedido formulado desde Unasur de auditar integralmente lo sucedido en la amañada última elección presidencial. Sin que, ante ello, Unasur generara reclamo alguno. Lo antedicho nos obliga a reflexionar profundamente acerca de lo que viven los venezolanos y de sus posibles repercusiones en otras latitudes.