Llega el atardecer y la esquina de San Martín y Miguel Aráoz hace ruido. Algo ocurre a metros de la plaza central de Amaicha del Valle. El sonido de un tambor llama la atención de vecinos y turistas y un niño invita a visitar la Biblioteca Popular Amado Juárez. “Pasen al patio de la casa antes que el sol se oculte”, expresa el pequeño.

“¿Qué es lo que pasa?”, pregunta con acento cordobés una veinteañera. En el solar del centro cultural se rinde honores a una coplera famosa que es orgullo para los amaichenses. Sobre el muro que hace de medianera hay letras color lila que bautizaron el jardín de aquella casa centenaria. Se lee: “Patio de La Melchora”, por Melchora Ábalos, una referente histórica de la música vallista.

“Pachamama, madre tierra, prestáme tu libertad, para seguir cantando mientras mi vida se va”. La copla es entonada por Azucena, la hija de Melchora, ante la presencia de un público atento, conformado por propios y extraños. “La compuse para mi difunta madre y se la canté hace tres años a Quica, mi hermana, como despedida. Fui a la apacheta a pedir por su salud y luego se la dediqué. Antes que cerrara sus ojos, me pidió que nunca baje de los escenarios y que, tras su muerte, no me deje vencer por la tristeza. Me alentó a seguir con esto porque quería que nuestras costumbres vivan”, expresa la coplera de 69 años, quien recuerda que de ella aprendió el arraigado amor por el canto y la tierra. Una tradición familiar que surgió gracias a las enseñanzas de su bisabuela y que atravesó, al menos, dos generaciones.

“El ‘tun tun’ de las cajas”
“La copla es un lamento que uno lleva en el corazón. En todos los carnavales, cuando veníamos caminando, lo que más me llamaba la atención fue el ‘tum tum’ de las cajas. En Los Zazos, yo me crié entre cajas porque antes se hacían rondas de mujeres y hombres que cantaban lindo”, rememora la coplera que hoy vive a unas cuadras de la biblioteca y que fue acompañada durante el acto por sus comadres Lastenia Aguilar (77 años) y Celia Segura (80 años, Pachamama 2012 y 2013), ambas de Amaicha, y Paula Suárez (72 años) de La Aguadita.

Cuando habla se emociona. Entre lágrimas, una voz memoriosa reconoce con humildad: “No es porque sea mi madre, pero era hora que La Melchora sea distinguida porque fue una cantora única. El gesto de los miembros de la biblioteca es un valor muy grande para la juventud. Para que los maestros sigan enseñando nuestras letras. Aquí hay muchos copleros buenos que deberían estar en los libros”.

Un mojón es el punto de encuentro. Una ronda conformada por personas de todas las edades ayudan a construir, roca tras roca, un montículo que se conecta con la Madre Tierra. Esta imagen, la de la apacheta, es lo que le da espíritu al nombre de pueblo. Las piedras ‘amichadas’ representan a Amaicha, porque simbolizan la unión y la amistad que reina entre sus 1.300 habitantes que hoy dan la bienvenida a turistas de todo el mundo.