La memoria puede resultar muchas veces caprichosa pero, otras veces, ayuda a colocar las cosas en su lugar, o al menos a poner claridad.

En mayo del año pasado, y cuando el dólar paralelo se asomaba al umbral de los $ 10, la presidenta, Cristina Fernández, lanzó una severa advertencia: “los que pretendan ganar plata a costa de devaluaciones que tenga que pagar el pueblo, van a tener que esperar otro gobierno”.

Hubo que dejar transcurrir 2013, para que la administración Kirchner lanzara una devaluación de casi el 20% en un mes.

En aquella oportunidad, el viceministro de Economía era Axel Kicillof y rechazaba también una devaluación al señalar que “quienes postulan una devaluación del 40% están hablando de un shock inflacionario con consecuencias en una caída del Producto Bruto Interno”.

¿Cuál será la caída del PBI después de la devaluación de enero?

Tras haber producido semejante salto cambiario, el Gobierno nacional continúa echando culpas a los empresarios, comerciantes, opositores, economistas y periodistas por una decisión que tomó la Casa Rosada.

Pero en realidad, el gobierno tuvo que devaluar porque no estaba preparado para enfrentar un movimiento de reversión en los flujos de capitales mundiales.

Lo que en un momento le permitió gozar de dinero fácil ahora se revierte.

El “carry-trade” que hubo en la década pasada le permitió a la era Kirchner gozar de plata dulce y fácil, a partir de la política de bajas tasas de interés en los centros financieros internacionales.

¿En qué consistían esas operaciones de carry-trade? Los inversores internacionales tomaban fondos en un país con bajas tasas de interés, para financiar con esos recursos la compra de activos con mayor rendimiento en otros lugares como la Argentina.

Esto permitió que los países en desarrollo engrosaran sus reservas en moneda extranjera y con ello poder encarar obras de desarrollo y crecimiento económico.

Es así que resultaba muy fácil crecer “a tasas chinas” con el ahorro extranjero. Y por cierto, resultaba aun más fácil despilfarrar el ahorro extranjero en subsidios, prebendas clientelistas y empleo público improductivo.

Las entradas de capital impulsaron el crecimiento económico y los precios inflados de los commodities, de los bonos, de los bienes durables y de las propiedades.

Pero todo tiene un fin. A partir del recorte de compras de bonos por parte de la Reserva Federal, y la posibilidad de una suba en la tasa de interés, el carry-trade tiene ahora un movimiento en reversa.

A medida que la FED continúe disminuyendo sus ayudas, el flujo de capitales se va a revertir, los precios de los activos de los mercados emergentes podrían caer en picada, lo que promovería una tendencia deflacionaria mundial y las devaluaciones competitivas de todas las monedas.

Este escenario es el que va a enfrentar el ministro Kicillof este fin de semana en Sydney cuando participe de la reunión del G-20 y del Banco Internacional de Ajustes de Basilea (BIS).

Los países con pocas reservas sufren más. Las economías con reservas más pequeñas van a continuar bajo presión en el mercado de monedas y allí el peso argentino lidera el ranking de desprecio mundial.

Cuando se utilizan las reservas para pagar la deuda, para financiar el déficit fiscal y para importar energía, la señal es de debilidad. La hemorragia de divisas fue una constante durante la gestión de Cristina Kirchner.

El golpe se sintió más fuerte aquí en la Argentina por la escasez de reservas que enfrenta el gobierno, que optó durante mucho tiempo por subsidiar tasas de interés negativas respecto de la inflación y esto provocó una avidez por los activos externos.

El drenaje de divisas es insostenible en el tiempo, y la Argentina perdió unos 25.000l millones de dólares desde octubre de 2011 por defender tasas de interés negativas.

Pero tampoco trae solución mantener tasas de interés altas con caída de la actividad -el escenario que se avecina-, porque se entraría en un círculo vicioso que requerirá más tarde un nuevo enfoque cambiario.

La única defensa que tiene el gobierno para recuperar la confianza y la credibilidad es atacar las causas de la inflación que se encuentran en el déficit fiscal y la emisión monetaria.

Si no se corrigen estos desvíos, habrá más devaluación, nuevas corridas cambiarias y fugas de capitales.