Por Fabián Soberón - Para LA GACETA - Buenos Aires

-¿Por qué escribiste la novela Simone? ¿Hubo un disparador? ¿Hubo algún hecho de la realidad que tuvo algún influjo para escribir esta ficción?

-No creo que haya un hecho específico, había una noción de explorar ciertos asuntos. Me interesaba escribir un texto -ahora todos mis textos de alguna manera tienen que ver con la ciudad, sobre todo con mi ciudad- que pueda atribuirle una densidad a la ciudad de San Juan y que fuera como una especie de protagonista. Había también el intento de hacer una novela que tuviera el ambiente paranoico que a veces tiene una novela de detectives, pero sin policía y sin muerto, que estuviera fuera de ese ámbito; y hasta cierto punto, también trabajar un poco con una idea muy tradicional y muy trillada ¿no? Toda una relación amorosa pero salida, digamos, de sus cauces habituales. Y toda esa serie de factores, y también un poco explorando ciertos límites del género, tratar de proponer una novela no tan convencional que también trabajara casi su propia crítica… Eso fue lo que me llevó a explorar ese mundo.

-Cito una pregunta que hace Li, personaje de Simone: “¿es posible escribir cuando la identidad no es compartida por nadie?” Cuando leí esa frase pensé en el escritor Noreña y en el propio narrador, que son escritores marginales, por lo menos al lado del español que los visita. Ellos no comparten sus identidades como escritores con su sociedad. Y pienso cuando digo esto, en esta frase: “una sociedad que apenas tiene afición por los libros” La pregunta es: ¿se podría decir eso sobre un escritor de Puerto Rico en el seno de un mundo globalizado?

-Bueno, ese es un problema ¿no? Es un problema que se aborda en el libro. La tradición literaria puertorriqueña es tan longeva, digamos, como la de cualquier país de América Latina. Sin embargo, es una tradición que ha sido invisibilizada: hay autores como Hostos, del siglo XIX, que si fuera de otra nacionalidad se leería en todas las escuelas de América Latina.

-Si fuera Sarmiento, por ejemplo…

-Claro, claro. Hay literaturas que se invisibilizan porque vienen de países con menos peso. En el caso de Puerto Rico, países con una situación política o una limitación muy grande de autorrepresentación, no tenemos lazos fáciles con el resto de América Latina y el mundo. Por ejemplo, un escritor como yo, que gana el premio Rómulo Gallegos, es imposible que surja si no hay una tradición literaria detrás, una tradición nacional. Pero, a la vez, hay una institucionalidad muy débil. Hay que pensar también que la Argentina es, en cierto aspecto, una sociedad anacrónica con respecto al libro. En el mejor sentido de la palabra, es decir, el libro aquí tiene un espacio social que ha perdido en la mayor parte de los países. O sea, yo estoy aquí ahora mismo, al lado de un hotel en la Avenida Corrientes, salgo aquí a la calle y a lo mejor puedo recorrer diez o quince librerías en un radio muy cercano. Eso es inencontrable en el mundo, incluso en las grandes capitales literarias. Ha desaparecido el libro. Es decir, tú no puedes salir a la calle a entretenerte en una librería porque es que no las hay. Entonces la presencia, el debate público relacionado al libro, todo eso, es un fenómeno que la mayor parte de las sociedades no poseen. Y si a eso le añades este fenómeno de la invisibilidad entonces aparece lo que se debate hacía el final de la novela: un escritor que como muchos escritores que andan por ahí de gira, son escritores muy flojos, por decirlo de alguna manera, no son grandes escritores, pero tienen la ilusión de ser una cosa extraordinaria, porque tienen una industria editorial detrás, unos intereses económicos multinacionales, porque tienen un país que invierte en llevarlos a España. Pero conozco, incluso amigos, que llegaban a Puerto Rico pagados por el Ministerio de Cultura, meramente con una carta de invitación, y el Ministerio les pagaba el viaje. En muchas sociedades eso no se da. Y entonces se crea una presencia cultural -en el caso de España es notorio- en el mundo que es mucho mayor de su verdadero valor. La literatura española es una literatura muy provinciana, a mi juicio, y de muy poco peso. Varios adquieren un renombre mucho mayor, por el mundo editorial y todo eso. Yo cuando vivía en España hace unos años, le inquietaba mucho a la gente cuando le decía… porque el Premio Cervantes, sabes, que se lo da un año a un latinoamericano y al siguiente a un español y yo le proponía a uno, ¿por qué no vamos a dárselo cada dos años a un hondureño? Porque es el mismo absurdo, ¿no? O sea, vamos a escoger un país al azar y vamos a dárselo. Porque sabemos está respondiendo a unas presiones internas, pero también a la creencia de que ahí sobran los premios de la lengua, de toda la literatura escrita en español. Y por eso hay muchísimos de esos premios que son de escritores que no son buenos… nadie tiene que leerlos, no son escritores que impacten el quehacer literario de una manera sólida. Entonces está el fenómenos propio de América Latina, eso escritores que a veces son grandes lectores o grandes estudiosos o grandes escritores, perdidos en sus sociedades. Pienso, por ejemplo, en César Moro, en otra época en Perú. Aquí podríamos pensar a muchos también, en casi cualquier sociedad. Pues eso, desde el centro cultural, no se conoce, y aunque se conociera es una mácula ¿no?, el ojo maculado por el discurso de poder de la tradición que aunque lo tengan aquí, frente a la cara, no lo están viendo. Entonces la novela quería también, poner ese contexto ¿no?, que parece un poco inesperado hacia el final pero es el contexto de todos esos personajes, es lo que está ahí en juego.

-En La inutilidad, en un momento el narrador dice que quería hacer un cambio, pero que el cambio nunca llegaría. Él ya era el que sería para siempre. Después dice: “yo era presa de lo imprevisible”. O dice también: “desde entonces estábamos condenados…” Me parece que hay una idea de destino ahí, de destino fracasado. Hay cierto pesimismo o determinismo en el periplo del personaje, ¿cómo lo ves?

-Creo que es algo que responde a la condición humana, o sea, hay muchas cosas fundamentales que no escogemos, no escogemos ni la familia, ni la clase social, ni la época, ni el país, ni la sexualidad, ni la genética. Podemos ser lindos, feos, enfermos, saludables, y todo eso determina poderosamente nuestras vidas y no tenemos ningún control. Eso no quiere decir que una situación sea en sí misma trágica, aunque tenga unos elementos trágicos, sin duda. Aquí, yo creo que en la novela, si recuerdo bien, está todo eso más asociado a la vocación literaria. Y entonces creo que hay un elemento, que bueno… cualquiera que se dedique a ésta cosa, como a otros asuntos, es una renuncia a muchas otras cosas. No es diferente, digamos, que un atleta que se dedique a la gimnasia o al atletismo o qué sé yo, yo hacía grandes corridas cuando era joven, eventos de fondo, pero es absurdo correr kilómetros y kilómetros y kilómetros. Sin embargo uno está dedicando la vida para tratar de bajar el tiempo unos segundos, haciendo un esfuerzo agónico. Pues la literatura no es muy diferente, o cualquier práctica artística, un bailarín, un actor, un pintor, hacen a su manera ese tipo de cosas. Y quizás la literatura también, dado el hecho de que es una cosa que se puede hacer a lo largo de toda una vida, es algo todavía más álgido en ese sentido. Siempre uno puede dejar de escribir, pero se siente como una mutilación. Y no siempre se obtiene reconocimiento, pero aún así se continúa haciendo o se sigue intentando. Y a eso únele la situación, como la vivimos hoy, pero que siempre ha acompañado a la literatura, de que por un lado, se tiene detrás una tradición milenaria y, por otro lado, siempre se está saltando al vacío. La literatura siempre está a punto de desaparecer. Siempre está amenazada. Las bibliotecas se han quemado muchas veces, es una constante en la historia, al escritor se le ha perseguido muchísimas veces, se lo ha ninguneado, eso casi es parte de lo que es un escritor, ¿no?

(c) LA GACETA

PERFIL

Eduardo Lalo nació en Cuba pero vive, desde los dos años, en Puerto Rico. Estudió en la Universidad de Columbia y en la Sorbona. Es profesor de la Universidad de Puerto Rico. Ganó el Rómulo Gallegos en 2013. Recientemente publicó en la Argentina La inutilidad.