Policial

DUDOSO NORIEGA

JUAN SASTURAIN

(Sudamericana - Buenos Aires) 

Dudoso Noriega es bañero de la playa Popular de Mar del Plata. Serio, circunspecto, afecto a crear leyes y teorías sobre el trabajo que lo desvela, su apodo mismo hace referencia al estado del mar. En ese lugar entrenará a Falucho, aprendiz de salvavidas además de, a futuro, fundador del conjunto tropical Combo Catarata. Pero una cosa los unirá y -al mismo tiempo- dividirá: Selva, mujer de pasado trágico y figura esquiva que es una y tantas a la vez. Todo eso entre piringundines, cines que esconden otras mañas libertinas, playas doradas y clubes nocturnos, habitados por un cúmulo de sujetos marginales y antihéroes deliciosos.

Juan Sasturain ha trabajado, según él mismo cuenta, durante casi 20 años en esta novela marítima, en la que los personajes y sus historias se entrelazan (sobre todo en los desaguisados y las relaciones amorosas) y ramifican como una telaraña exacta, geométrica.

El narrador da su voz de cronista, como si hubiera estado allí, donde sucedieron los múltiples hechos; como si las anécdotas hubiesen derivado en testimonios reales. De ahí, quizás, ese tono de la calle, ese lenguaje ramplón, teñido de un humor burlesco, y con abundantes referencias al cine, la cultura popular y, claro, la literatura (por caso, Emilio Renzi, álter ego de Piglia, se vuelve necesario para cerrar un círculo aparentemente aislado del argumento).

Y si de fetiches se trata, no podía faltar Julio Etchenike, detective privado, protagonista de muchas de las novelas de Sasturain desde aquel imperdible Manual de perdedores. Es que, luego de que una desgracia lo llevara a la cárcel, Dudoso ha desaparecido (en el mar, en qué otro lugar) el mismo día en que se lo homenajea. Y en esa búsqueda irán Etchenike y sus achaques.

El cuadro de Dudoso Noriega se completa con viñetas sobre la ciudad de Mar del Plata al inicio de los capítulos, más apéndices que desestructuran el cierre y remarcan una condición ineludible del género policial: no es el impulso de llegar al desenlace lo que vale, sino la energía propia del acontecer.

(C) LA GACETA

Hernán Carbonel