Son más pesadas. Tal vez esa es la única desventaja de las ollas de cerámica en comparación con las de acero. Pero los puntos a favor lo compensan: conservan mejor los sabores y colores de las comidas, y una vez apagada la hornalla o el horno, mantienen el calor durante mucho tiempo. Dado que la cerámica queda caliente (por eso hay que mantenerla lejos de los niños) es ideal para llevarla a una larga mesa, con la tranquilidad de que no será necesario un golpe de microondas. “Además se ven más lindas”, apuntan Rossana Carrazano y Rosa Gonzales, y le ponen el moño a la lista. Ellas son las dueñas de Los Suris, local que vende cerámicas artesanales en Félix Sosa s/n (barrio San Cayetano).

El negocio abrió sus puertas en 2000 y ofrece, sobre todo, utensilios de cocina. Ollas de todos los tamaños, sartenes, platos -decorados o no-, azucareras, pavas, cazuelas y macetas le transmiten el tono rojizo al local. Ese color, aclaran las artesanas, es el natural, formado por el hierro de la arcilla cuando es calentada en el horno. “Buscamos la arcilla de la montaña, la dejamos reposar en agua y después la colocamos en moldes con las formas que queremos hacer -detallan-. Dejamos reposar los moldes hasta que se secan. Cuando están listos, sacamos las piezas, las pulimos y les damos una terminación más linda. De ahí van al horno, durante 12 horas a 850 o 900 grados. Y listo”. Esos son los pasos que sigue la cerámica. Una vez fríos, los utensilios están listos para exhibirse en los estantes, a la espera de algún chef -profesional o amateur- decidido a darle un toque distinto a las comidas.