“La distancia, sabes, es como el viento que enciende los fuegos grandes y apaga los fuegos pequeños”

La colombiana Elizabeth Walton escucha la métrica compuesta por estos versos y se emociona. Cuando esta estrofa suena, instantáneamente recuerda que hace cinco años acompañaba sus días libres con los sones del foro www.redkaraoke.com, un sitio en donde los internautas pueden grabar sus propias voces. De los más de 2 millones de usuarios que tiene esta red, Elizabeth se apasionó con el talento anónimo que entonaba en perfecto italiano “Sabes que la distancia es como el viento”, una letra de Doménico Modugno.

Sintió curiosidad. “Me flechó cuando lo escuché”, reconoce Eli. Se contactó por e-mail con el intérprete. Vía Messenger, se dio con Enrique Martín, un médico argentino que, cuando no atendía a sus pacientes, disfrutaba entonar boleros, baladas y romances por la web. Un trovador tucumano que improvisó una sala de karaoke en su casa del Barrio Terán, para dar rienda suelta a su entretenimiento.

“Quito” Martín – su apodo – estaba separado. Manifiesta que los fines de semana, cuando no atendía pacientes, sentía tanta soledad que su consuelo estaba en su guitarra y el canto. “Me puse a grabar mis canciones en una página española porque era una manera de sentirme acompañado. Si no lo hacía, me la pasaba mudo. Entonces, me puse a cantar y nos conocimos. Nos comunicamos por chat. Sus dos luceros esmeralda me fascinaron y su acento Caribe sonaba muy bien”, cuenta el médico, que hoy tiene 65 años.

Ambos coinciden que al comienzo el temor les jugaba en contra. Hace cuatro años, todo era nuevo para ellos. Desde la tecnología hasta el hecho de pensar una conversación entre extraños. Comenzaron a comunicarse por escrito, a través ‘de la ventana’. Así, durante el año 2009, la relación fue creciendo hasta que las letras asumieron la figura de una mujer y un hombre que interactuaban por videoconferencia. “El me dedicaba temas románticos y eso me llamó la atención. Como buen argentino, sabe el arte del hablar. Cuando lo vi, me atrajeron sus ojos verdes y me resultó interesante”, rememora la mujer, que tiene 53 años y se expresa con el encanto de los trópicos.

Por aquel entonces, esta nieta de ingleses y criollos luchaba para salir adelante por su condición de madre soltera. Oriunda de Barranquilla, estudió administración de empresas en la Universidad Autónoma del Caribe y trabajaba como gerente regional en la flota mercante Gran Colombia, que tiene sedes en los puertos Barranquilla, Santa Marta y Bolívar. Nació en las márgenes del río Magdalena, cerca del mar Caribe. Allí, Eli crió a sus dos hijos sola; dice que prefirió ser autónoma a depender de un hombre que no la hiciera feliz.

“Sabes que la distancia es como el viento que hace olvidar a quien no se ama ya ha pasado un año y es un incendio que me quema el alma”

El año 2010 les cambió la vida. Tras 12 meses, Enrique la invitó a Tucumán, pero Elizabeth tenía miedo y retrucó la invitación: “le pregunté si aceptaba venir a mi Colombia”. Enrique accedió y se tomó dos meses de vacaciones. Necesitaba verla en persona.

Para enero, se encontraron en el Aeropuerto Ernesto Cortizzos (Barranquilla). “Lo pude identificar por la calva – se ríe – y me acerqué. De tanto charlar, ya lo conocía toda mi familia. El acercamiento fue muy tímido y él me dio un beso como el que no se quiere dar –bromea-. Fue en la mejilla, pero a un centímetro de la comisura de mi boca”, expresa Eli, quien reconoce que en los primeros días analizó sus comportamientos. “Quería saber quién era Enrique”, confiesa.

“Durante 60 días aprendimos a querernos y los besos apasionados llegaron”, manifiestan. Mientras cuentan su experiencia, se presumen, se miran, se guiñan los ojos y se sonríen. Parecen dos jovencitos perdidos en las mieles del cariño. No es la imagen de postal típica de los enamorados. Cuando se los escucha hablar, son sinceros y hacen pensar que sí existe el amor verdadero. Al comienzo, Enrique se hospedó en un hotel cercano al hogar de Eli y a las semanas ella decidió sellar el amor y se instaló en la alcoba del visitante. “Fuimos dos tortolitos que recorrimos Medellín, Antioquía y Cartagena de Indias, un paraíso colonial que parece un pedazo de España en el que viajamos abrazados a bordo de un coche tirado a caballo”, afirma el tucumano y recuerda que recibió el cariño de sus anfitriones al ser agasajado en las reuniones familiares con patacones (plátano verde frito), arroz con maní y con coco, zaragozas guisadas (porotos rojos) y arepas de carne, pollo y verduras. Cuenta Elizabeth que su madre se maravilló con Enrique: “él sabe cómo conquistar a las mujeres, es un hombre presumido y cuando se largó con sus tangos enamoró a todos”.

“Mi vida doy si vienes junto a mí para volverte a ver un solo instante…”

“Fuimos muy echaos palante y dije ‘¡hagámosle pue!’”, con esta frase, la barranquillera afirmó su deseo por acompañar a su amor de regreso a Tucumán. “Confirmé que era un galán, un poeta y un romántico. Su cantar de barítono me atrapó. Siempre soñé con un esposo, así que decidí dejar a mi familia y mi trabajo en Barranquilla. Me animé a probar suerte a 6.000 km de mi país, porque vi que era un hombre serio y respetuoso”, expresa con ojos sensibles.

Así, en marzo, llegaron a Tucumán acompañados por Carlos Alberto, el hijo menor de Elizabeth. En mayo, sorprendieron a propios y extraños. Decidieron estrechar el vínculo en el Registro Civil de la calle 24 de Septiembre. La casa del Pasaje O’Higgins tomó la temperatura de un hogar y un festejo íntimo reunió a la familia del médico con los recién llegados. Como no pudo hacer la reválida de su título universitario, Eli cambió de trabajo y se capacitó como masoterapeuta y podóloga. No se disgusta, porque está convencida de que su apuesta fue certera. Enrique ejercerá su profesión hasta fines de este año cuando podrá jubilarse. Mientras, continuará disfrutando de sus dos hijos: Mariángeles – de su matrimonio anterior- y Carlos Alberto, ‘su hijo del alma’, quien es su compañero en el Estudio Coral Tucumán y, en poco tiempo, será su colega, ya que cursa el cuarto año en la Facultad de Medicina de la UNT.

El Amor

Para Elizabeth Walton, el amor es un juego de seducción permanente: “para que la relación no se acabe, hay que alimentarlo todos los días. Está basado en el respeto, lo demás llega por añadidura. Bailar, cocinar y hablar; todo está basado en los afectos. Nosotros no estamos casados, estamos amarrados”, expresa feliz la colombiana. A su vez, para Enrique, el amor a primera vista no existe y define: “Este sentimiento profundo, es la capacidad de salir adelante con nuestros defectos y virtudes para construir diariamente una sana convivencia. Encontré en Colombia, lo que no tenía en Tucumán”, reflexionó.

Siempre agradecido

“Hizo un esfuerzo sumamente valioso. El desarraigo es muy fuerte y hay que atreverse a viajar a 6.000 km de tu casa para ver qué pasa. Para tirarte un lance. Y, por suerte, descubrimos el amor”, valoró Enrique. Por su parte, Elizabeth dice que el exilio cuesta y que no deja de sentirse una extranjera en esta tierra, pero que los sentimientos son más fuertes. Además, afirma que le gusta Tucumán porque aquí conoció las cuatro estaciones, “tenemos otoño, invierno, primavera y verano. En cambio, en Colombia, sólo hay dos: invierno y verano. Yerba Buena me hace recordar mucho a Barranquilla por sus dos grandes avenidas, sus casas y sus árboles”, contó.