El cólera no llegó al país en el 91, pero sí en 1993. Entonces disparó en Tucumán la privatización de la Dirección Provincial de Obras Sanitarias (Dipos), en medio de la ola desestatizadora en boga.
El problema se originó en Perú y rápidamente se extendió por la costa del Océano Pacífico. El mal se propagó de una región a otra, informó LA GACETA en la edición del 12 de febrero. Impedirlo no ha sido posible, declaró Daniel Pierce, experto de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Bolivia, Chile y Ecuador estaban muy expuestos a ser blancos de la irrupción del vibrion colérico.
Por entonces, la intervención federal buscaba trabajosamente legitimar su autoridad en el ámbito comarcano. En el orden nacional, las turbulencias de la economía, que prepararon el terreno para el lanzamiento de la convertibilidad, generaban conflictos continuos. Las preocupaciones en Tucumán se centraban en otra cosa
Sin embargo, el cólera empezó a filtrarse de modo gradual en la agenda del interventor federal Julio César Aráoz y de sus colaboradores. En Tucumán no hay ningún caso, planteó el secretario de Bienestar Social, Julio César Marteau, el 13 de febrero
En Perú, a todo esto, un ex ministro de Salud Pública atribuía la expansión del flagelo al hecho de que el 60% del agua potable que bebía Lima, estaba contaminada.
Inquietud en ascenso
El mismo Marteau subió el tono de la voz de alarma, cuando advirtió que la situación era un poco preocupante, a raíz de las condiciones de vida en las villas de emergencia. Desde Perú se precisaba que el cólera penetró por un puerto de pescadores, donde recalaban buques tripulados por marinos asiáticos.
Alvaro Corrales, presidente del Siprosa, aseveraba entonces que el cólera llegará a Tucumán porque están dadas las condiciones.
Hasta el ámbito de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) repercutió el avance incontenible del mal. Héctor Viola, titular de la cátedra de Enfermedades Infecciosas de la Facultad de Medicina, señaló que los estudiantes de Perú y Bolivia que venían a estudiar en la UNT, debían someterse a exámenes para determinar su estado de salud. El cólera no es la enfermedad de la pobreza, sino del agua y de los efluentes contaminados, remarcó el catedrático. El hombre es el que contagia el ambiente, sentenció. Febrero fue un mes cargado de preparativos de prevención.
En emergencia
Aráoz declaró el estado de emergencia en Tucumán, en los primeros días de marzo. Entre otras medidas, se ordenó la limpieza de los canales Norte y Sur, como también tareas complementarias en el cordón de villas que rodea a la capital. A Jacobo León -vocal del Siprosa- se le encomendó presidir un comité encargado de coordinar y programar las acciones contra el cólera. Tenemos el convencimiento de que el cólera se va a instalar en Tucumán, diagnosticó. El Siprosa no va a ocultar la realidad, aseguró.
Desde otro ángulo, el decano de Medicina, Carlos Fernández, polemizó con el pensamiento oficial. Parece lastimoso que Tucumán vea como posible la propagación de la enfermedad, porque eso habla no sólo de la falta de prevención, sino de lo que no se hizo, aseveró. El gobierno de Menem declaró zona de riesgo al territorio nacional. Pero Aráoz fue tajante: no quiero ni un caso en Tucumán. Eso dijo el 17 de marzo.
Mientras se mantenía el ritmo de trabajo ordenado por León, dos expertos disiparon los temores. Descartaron el 26 de marzo la hipótesis de una epidemia a través de Bolivia, pero sí admitían la posibilidad de brotes controlables En el 93, hubo casos que apuraron la privatización de Dipos.