Vuelve Jack Ryan, el personaje concebido por el novelista Tom Clancy en sus exitosas novelas que ya inspiró varios títulos de la pantalla grande. Lo hace en la piel del joven Chris Pine, para mostrar cómo este analista de economía internacional termina siendo uno de los agentes más eficientes de la CIA.
Hay que entender que los productores no querían otra cosa que un buen pretexto para construir una serie de situaciones tensas, con mayor o menor grado de suspenso, que terminen generando persecuciones vistosas y tiroteos o peleas a puño limpio para el lucimiento de los protagonistas.
El problema es que esas situaciones son generalmente muy poco creíbles, pero como todo está subordinado a las necesidades del desarrollo de la trama, es preciso que los espectadores se avengan a aceptar todo lo que va pasando en la pantalla sin cuestionar nada; de hacerlo, todo el andamiaje narrativo entraría en crisis.
Se podrá argumentar que lo mismo ocurre, por ejemplo, en las películas de James Bond o de Jason Bourne, y es cierto. Pero esos mismos filmes pueden servir para demostrar cómo se hace para atrapar al público y seducirlo de manera tal que hasta los mayores absurdos que se presentan en la pantalla puedan ser tomados con naturalidad por la platea.
No es el caso de lo que ocurre en este filme, en el que todo lo que sucede se va ordenando perfectamente para que (a pesar de algunos sofocones) el protagonista se salga con la suya. Poco puede importar entonces que, por ejemplo, su novia (una médica que viaja a Rusia porque cree que su enamorado tiene una aventura sentimental) se convierta en pocos minutos en una experimentada Mata Hari. O que los sofisticados sistemas de seguridad del archivillano que interpreta Branagh (uno de los pocos que se toma las cosas con cierto humor) puedan ser vulnerados casi sin esfuerzo por los agentes norteamericanos.
La película puede divertir (y de hecho, de a ratos lo logra) si se hace el esfuerzo de aceptar sin cuestionamientos lo que se ve en la pantalla. Pero el principal problema es que en demasiados momentos de la proyección, el espectador siente que a esta película ya la vio, y que le están contando un cuento que conoce demasiado, sin nuevos ingredientes que justifiquen el esfuerzo y los millones invertidos.