El título grande del viernes muestra la paridad esperada. La letra chica, además, muestra detalles para considerar. Argentina e Italia están 1-1 y al mirar más fino la acción de ayer se ven dos partidos espejo. En ambos casos, por razones distintas, la disputa real tuvo sentido apenas durante un rato. El primer set completo, en el caso de la victoria de Carlos Berlocq sobre Andrés Seppi. El juego hasta el 5-3 de Juan Mónaco con Fabio Fognini, también en el primero. Qué pasó en ese momento calcado de los dos partidos? El desarrollo se volcó. Sin solución para quien sufría, el partido se escapó a tremenda velocidad hacia un resultado ineludible. Categórico. Frustrante.

Berlocq volvió a entonar su canto al esfuerzo. De entrada tenso, cuando se soltó sometió a Seppi con pelotas profundas e innumerables drops. El tenis plano del italiano perdió precisión y, sin la mínima actitud para intentar un cambio, entregó la iniciativa y el partido por 4-6, 6-0, 6-2 y 6-1. Entonces, Charly miró a la gente, desgarró su remera y extendió un aire fresco en la atmósfera toda.

El único que pareció no respirar ese aire fue justamente quien más debía hacerlo. Inmerso en una crisis de confianza que lleva varios meses, Mónaco padeció el partido. Se nota el momento. ¡Cuánto se nota! No bien perdió el saque sirviendo 5-3, su castillo se derrumbó. No fue una sensación. Fue una realidad palpable, irrefutable. Se le fueron 4 games seguidos y con eso el set. Con el set también se le fue el partido. Los números dicen demasiado. Desde ese momento ganó apenas 4 games y perdió ¡16! La victoria de Fognini, firmada por 7-5, 6-2 y 6-2 permitió disfrutar de un jugador con virtudes de crack.

El 1-1 tiñe al dobles de colores y tonos determinantes. Hoy, a las 13, Zeballos-Schwank jugarán un punto clave ante Bolelli-Fognini.