Frankenstein, el maravilloso personaje ideado por Mary Shelley en 1817 (en un desafío literario con su esposo, Percy Bysshe Shelley, George Gordon Byron y John William Polidori, aburridos durante un descanso veraniego) es apenas el punto de partida nominal para este thriller de ciencia ficción, en el que el personaje mítico sobrevivió 200 años y sigue vigente en un supuesto presente, donde el mundo está dividido entre seres humanos y criaturas sobrenaturales.
El otrora destructor y temido monstruo, hijo de los sepulcros y de la oscuridad, aparece ahora como el encargado de evitar el caos en una ciudad próxima a ser arrasada por las confrontaciones espectaculares personificados por gárgolas, demonios, vampiros, hombres lobo, fantasmas y cuanto inmortal más se le pudiese imaginar al guionista.
De las decenas de películas que se hicieron a partir de la novela gótica de Shelley (desde la inaugural de 1910 producida por Thomas Alba Edison hasta la sólida de 1994, dirigida por Kenneth Branagh y protagonizada por Robert de Niro, pasando por la irónica “El joven Frankenstein”, de Mel Brooks), este estreno se muestra como la visión más original posible de ese relato.
La modificación de la historia inicial está presente con claridad desde los créditos, donde se aclara que el filme es una adaptación de la exitosa novela gráfica de Kevin Grevioux (disertante frecuente en las convenciones norteamericanas de comic) y no del texto de Shelly.
Stuart Beattie, quien fue guionista de “Piratas del Caribe: la maldición de la Perla Negra” y “Australia”, se hace cargo de la dirección y muestra a un Adam (el hombre creado a partir de cadáveres) producto de la manipulación genética y pieza clave para evitar la destrucción total de la raza humana, desde el rol del antihéroe contemporáneo.
Hasta ahora, la inversión económica realizada en la película estrenada recientemente en EEUU, está lejos de ser redituable: de los U$S 65 millones que costó, va recuperando U$S 8 millones. La producción fue del mismo equipo de “Inframundo”.