La muerte del poeta argentino, Juan Gelman, ha colmado las páginas de los principales diarios de habla hispana. Se lo ha evocado como un poeta con vocación revolucionaria, defensor de la memoria y sobreviviente de la tristeza.
“El poeta de los ojos tristes, era capaz de arrancarse de madrugada a rasguear la guitarra; en tiempos en que su pesadilla era más grande, pues buscaba con ahínco pero sin esperanza a su nieta secuestrada en 1976 por los golpistas de Videla, la poesía y esos instantes de la noche le devolvían a la vida, como si se la prestaran”, reseñó el escritor español Juan Cruz desde el periódico El País.
La presidenta argentina, Cristina Fernández, decretó tres días de luto. Y el secretario de Cultura, Jorge Coscia, dijo que estaban despidiendo a un “luchador, a un hombre que sufrió en carne propia el exilio, la pérdida, la impotencia, el dolor”.
Después de una búsqueda incansable, el poeta logró encontrar en Uruguay a su nieta desaparecida, María Macarena, en el 2000. Ayer viajó a México para asistir al velorio de su abuelo. No se preparó ninguna celebración oficial. Gelman falleció por un síndrome mielodisplásico, una disfunción de la médula ósea, según trascendió. La muerte lo encontró en su casa de la colonia Condesa en Ciudad de México, país donde había fijado su residencia.
“Miente la muerte cuándo dice que Juan Gelman ya no está. Él sigue vivo en todos los que lo quisimos, en todos los que lo leímos, en todos los que en su voz hemos escuchado nuestros más profundos adentros”, escribió Eduardo Galeano en Página/12, con quien Gelman compartió la redacción de la revista Crisis.
Su amigo, Osvaldo Bayer, dijo: “La última vez que hablamos por teléfono, hace ocho días, lo escuché muy bien. Al parecer tenía leucemia, cosa que nunca me dijo”.
La poesía y la muerte
Aunque sabía que el final estaba cerca no le temía a la muerte.
Durante una de sus últimas entrevistas en el diario El País se animó a bromear sobre esto: “No creo que llegue a los cien años. Y eso que soy un pretencioso, cuando alguien me da la mano para bajarme de la camioneta le digo que no estoy tan viejo. No desdeño la vida, quiero ver casarse a mis nietos, ver si me dan algún bisnieto… Pero también creo que Dios, si existe, debe estar aburridísimo de su eternidad”.
¿Y por qué temer? Toda su vida la muerte, la desaparición y el exilio le siguieron los pasos. No es de extrañar, entonces, que durante su discurso de agradecimiento del premio Cervantes (2008) esto haya sido central. “Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía”, dijo el poeta cuando recibió el galardón. Y aunque su vida estuvo plagada de palabras, lo que nunca tuvo nombre fue el secuestro de sus hijos, Nora Eva y Marcelo Ariel y de su nuera María Claudia Iruretagoyena durante la última dictadura militar. Frente a este dolor, su poesía estuvo “de pie contra la muerte”, como también expresó en esa oportunidad. “Las heridas no están cerradas, su único tratamiento es la verdad y la justicia. Solo así es posible el olvido verdadero”, expresó. Allí también destacó el legado de Cervantes a la lengua Española. En un pasaje de su discurso habla de las preguntas que lo perseguían cuando leía la obra de don Miguel. Conocía de su vida plagada de privaciones y sufrimientos. “Solo quien, desde el dolor, ha escrito con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante”, dijo sobre Cervantes. Tienta pensar que (¿sin saberlo?) eso mismo se ajusta a su obra.
Verdad es
Cada día
me acerco más a mi esqueleto.
Se está asomando con razón.
Lo metí en buenas y en feas sin preguntarle nada,
él siempre preguntándome, sin ver
cómo era la dicha o la desdicha,
sin quejarse, sin
distancias efímeras de mí.
Ahora que otea casi
el aire alrededor,
qué pensará la clavícula rota,
joya espléndida, rodillas
que arrastré sobre piedras
entre perdones falsos, etcétera.
Esqueleto saqueado, pronto
no estorbará tu vista ninguna veleidad.
Aguantarás el universo desnudo.
• Un poema inédito que escribió y que se lo regaló al cantante Joaquín Sabina en octubre de 2013.
Gotán
Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.
Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.
Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.
Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.