Las arrugas del bandoneón se atragantan de tristeza. El empedrado se ahoga en un tango. El humo del pucho siluetea los muslos de la noche, desvestida de amor. “Ella era un alba de algas fosforescentes… esa mujer brillaba como la luna de su voz derecha, como el sol que se ponía en su voz… la memoria le andaba como un reloj con rabia…”

“Pertenezco a un hogar de emigrantes judíos de origen ucraniano y mi hermano mayor Boris, cuando yo tenía cinco, seis años, me recitaba poemas de Pushkin. No entendía yo ni una sola palabra, pero su ritmo y su música me transportaban a un lugar de delicia. Creó que allí nació ese interés”, dice.

Tus versos chocan en los vasos. El canto del Tata Cedrón deambula insomne con tu poesía en ristre entre las botellas. Las miradas. Los silencios. Los abrazos. Del Buen Gusto. De la Cosechera. Del Germania. Ginebras anochecidas. Desesperadas. Se agitan en la bohemia tucumana. “Si me dieran a elegir, yo elegiría esta salud de saber que estamos muy enfermos, esta dicha de andar tan infelices...” Ese Violín y otras cuestiones tensa la cuerda de los desaparecidos. La dictadura de Videla y de Bussi mata a su hijo, lleva a su nuera al Uruguay, donde alumbra a Macarena. La desaparecen y regalan a su nieta.

La poesía es un remanso rebelde de lucha. Bronca. Ironía. Amor. Melancolía. “La palabra viene herida por el mundo y no tiene hospitales para que la curen. Así, el ser humano también viene herido de por vida al mundo por la palabra. Cada lector es el encargado de recrear el libro. El poema es una botella tirada al mar, quizá llegue al alma de alguien. Uno escribe lo que puede, no lo que quiere…”

Esa mujer ejercita a diario su corazón para soportar la ausencia, la pena, el dolor. Para encender el coraje. La resistencia. La tenacidad. Es su amante. “Es una gran señora que entra a mi casa cuando quiere, se va cuando quiere y cuando entra, le tengo que hacer caso”, susurra. “La poesía es palabra calcinada, por eso puede hablar de todo y creo que el único tema de la poesía es la poesía. Alguna razón debe tener la poesía, porque viene del fondo de los siglos y solo se va a terminar cuando se acabe el mundo. Ese es un gran consuelo, porque significa que la poesía no va a morir jamás, porque es un hecho humano”, dice.

El amor. El escepticismo, pero también la fiesta de la vida en el estallido de un beso. En un sueño obrero concretado. En el cielo de un Gotán. “Porque las esperanzas, los amores que pasan, el dolor por lo que sucede, el hambre, las guerras a pesar de todo eso, seguimos queriendo. Duele, sí, pero uno se emperra en querer. El corazón se emperra en seguir queriendo, vaya usted a saber por qué. El amor ha existido desde el principio de los siglos, parece que es una experiencia que se repite”.

Tus ojos de corzuela melancólica se apagaron en México. Ojalá algún día podamos descabezar una ginebra serena en el más acá. Gracias, querido Juan Gelman, por tu poesía que derrota la desesperanza y alimenta el beso de los quetupíes descalzos.

EPITAFIO

POR JUAN GELMAN

Un pájaro vivía en mí.

Una flor viajaba en mi sangre.

Mi corazón era un violín.

Quise o no quise. Pero a veces

me quisieron. También a mí

me alegraban: la primavera,

las manos juntas, lo feliz.

¡Digo que el hombre debe serlo!

Aquí yace un pájaro.

Una flor.

Un violín.