Luciano tiene 22 años. Es estudiante de Derecho y empleado del Poder Judicial. Un día, camino a su trabajo, pasó frente a una casa de videojuegos y vio un tejo, entre otras diversiones. “Pensar que hace no mucho tiempo hubiese hecho cualquier cosa por venir a jugar, pero no tenía plata para hacerlo. Y ahora que podría comprarme todas las fichas que quisiera, no lo hago...”, se dijo.

Luciano estaba haciendo una terapia en ese momento, y se lo comentó a su psicóloga. Y ella, después de pensar un rato, le preguntó: “¿y por qué no?”.

“Me quedé sorprendido. ¿Cómo iba a ir yo, que ya no era un adolescente, a jugar al tejo? Pero no le contesté, y me quedé reflexionando. Al rato, yo también le dije: ¿por qué no?”, relata.

Y se sacó las ganas. “A los días fui a jugar al tejo con Daniela, mi hermana (ella tiene dos años más que él y es médica). Y la pasamos genial. Hacía mucho tiempo que no nos divertíamos tanto ni nos sentíamos tan cerca uno del otro”, recuerda contento.

“Desde entonces me doy tiempo para tener algunas distracciones aparte del trabajo y del estudio. Voy al cine, me pongo a escribir historias... Es que si uno no va a hacer lo que le gusta, ¿qué sentido tiene la vida?”, reflexiona.

Luciano -que pide que no se publique su apellido por cuestiones laborales- considera que es necesario asumir responsabilidades, pero que no puede hacer de las obligaciones la rutina diaria. “Los adultos también tienen que tener otros proyectos que incluyan esas cosas que les dan placer; eso mantiene joven el espíritu”, advierte.

Nuevos aprendizajes

“Jugar es cosa seria, no solo para los niños sino también para los adultos”, afirma la psicóloga María Eugenia Farhat, del Círculo Cognitivo del Jardín. “La Organización Mundial de la Salud explicita la necesidad de ocio y de recreación que tiene el ser humano”, puntualiza.

Farhat explica que, al igual que en los niños, en los adultos el juego también es una forma de expresión y de aprendizaje, ya que a través de estas actividades recreativas la gente socializa, comparte y afianza vínculos.

“El problema es que el ajetreo del día a día, las responsabilidades, la rutina, hacen que actividades tan serias e importantes como el juego pasen a segundo o nulo plano en nuestras vidas”, destaca la psicóloga.

“Mucha gente cuando vuelve a su casa después de una jornada de trabajo, cansada, lo más divertido que se le ocurre es prender la tele o ponerse a jugar en la computadora o ver el Face... y así todos los días...”, describe.

Autoconocimiento

En general, la excusa generalizada que esgrimen los adultos para no jugar es la falta de tiempo. Farhat descarta ese argumento. “El tiempo existe. Porque lo tenemos cuando decidimos aumentar de alguna manera el trabajo. Creo que lo que falta es la organización y las buenas elecciones. Por ejemplo, una hora menos de televisión, una hora menos de wuasap o de twitter”, sostiene.

Conocimiento

Añade que el juego es un excelente proyector de nuestra personalidad por lo que nos permite, además, conocernos a nosotros mismos. 

Por ejemplo, en un partido de truco o de fútbol, “se puede reconocer rápidamente al calentón, al tramposo, al mantequita, al competente, al competitivo, al estratega, al especulador. En situaciones simuladas, como son los juegos, uno proyecta muchas cosas; es decir, muestra una parte de su personalidad”, dice la profesional.

De esa manera cada uno puede darse cuenta de cuáles son sus niveles de tolerancia a la frustración, de agresividad, de inhibición o de capacidad de adaptarse a nuevas situaciones.

Farhat destaca la importancia de hacer actividades grupales. “El juego es infinito en las posibilidades que provee. El solo redescubrimiento de uno mismo es insuficiente. A veces hace falta más. Hace falta el otro, que también me descubre, con el que puedo intercambiar e interactuar y que, de cierta manera, me despierta de mi letargo”, concluye.

Beneficios para los chicos 

Aprenderán a confiar en ellos mismos.

Podrán resistir la impulsividad y posponer la gratificación inmediata.

Serán capaces de esperar hasta el final de una actividad.

Controlarán los propios cambios de humor.

Tolerarán el enojo y la frustración.