BUENOS AIRES.- A esta altura, la fenomenal suba de tarifas y de tasas provinciales y municipales que soporta la sociedad, hubiera sido calificada, en otros tiempos, por las sirenas del progresismo como un ajuste ortodoxo, al mejor estilo de las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Sin embargo, para el oficialismo, son medidas que se debían tomar, aún sin medir las consecuencias. Lejos de la liturgia kirchnerista (”este no es el gobierno del ajuste”, replicaban una y otra vez Néstor y Cristina), el ajuste de variables económicas llegó para quedarse y su reflejo más inmediato es la suba de la inflación y del dólar paralelo.
Más lejos aún de acertar en el diagnóstico, y mucho menos en el tratamiento, el Gobierno ha basado su batalla contra el dólar en la pérdida sistemática y acelerada de reservas internacionales. Por caso, en apenas seis días hábiles de 2014, se perdieron U$S 355 millones de las reservas del Banco Central de la República Argentina (BCRA), en una batalla ingrata en el mercado cambiario.
Entre la tozudez de la Casa Rosada y la impericia del Palacio de Hacienda, el drenaje de reservas internacionales se acelera, mientras se mantiene de manera inexplicable una política monetaria blanda, que pisa las tasas de interés tanto en pesos como en dólares. Esto no hace otra cosa que invitar y subsidiar a la fuga de divisas del sistema financiero.
Una tasa de interés más alta no sólo convalidaría el costo del dinero en el mercado secundario -al cabo es un termómetro de la economía real-, sino que disuade a muchos agentes económicos de llevarse las divisas. El temor del Gobierno es que esa política termine afectando la actividad económica. Si bien es cierto, no es menos cierto que la inflación y la suba de impuestos, de tasas y de tarifas impactaría mucho más fuerte en la economía, hasta el punto de mandarla al freezer.
Dólares y tomates
Mientras se mantienen el cepo cambiario y a las importaciones -por falta de divisas, según el argumento oficial-, el equipo económico del Gobierno se lanza a quemar divisas para importar tomates. El poder central está encerrado en una puerta giratoria y no quiere tomar ninguna salida porque todas tienen un costo político. Quienes recomiendan la devaluación como solución a la pérdida de reservas del BCRA soslayan que, a pesar de la aceleración del ajuste cambiario oficial, las reservas cayeron dramáticamente casi U$S 13.000 millones en 2013.
Al mismo tiempo, las devaluaciones no frenan la fuga de divisas sino que tampoco frenan la emisión monetaria y el exceso de liquidez. A poco que se devalúe, el exceso de liquidez se va a los precios por la suba de costos, esfuma la ilusoria ventaja competitiva de la devaluación y afecta el poder de compra de los salarios. En suma, paraliza la economía.
Como puede apreciarse, la política de perder reservas, por mantener tasas negativas, para no afectar la actividad económica, termina estrellándose contra un muro. Tampoco, como quedó demostrado, la devaluación de la moneda local no resolvió el acertijo del modelo kirchnerista y, aunque de la noche a la mañana se suprimiera el cepo cambiario y las limitantes al turismo al exterior, los problemas continuarían.
Admitir las dificultades
Mientras la Casa Rosada no reconozca que el problema de la inflación y la consecuente pérdida de reservas está en el exceso de gasto público, no habrá solución. El Banco Central amagó con corregir la variable liquidez mediante una fuerte absorción monetaria, vía Lebac, pero resultó insuficiente, para bajar el dólar. También resulta insuficiente la venta de bonos en moneda norteamericana por parte de la Anses, al tiempo que generó un fuerte deterioro para el Fondo de Garantía de Sustentabilidad. Es de tal magnitud la avalancha de pesos que vulnera cualquier dique de contención.
Todos los intentos para frenar la suba del dólar son estériles. El Gobierno nacional no acierta con las medidas. Mientras tanto, lleva adelante un ajuste al mejor estilo ortodoxo, al tiempo que carece de un elemento clave para solucionar cualquier crisis: la credibilidad.