Mario, chofer que condujo al equipo de LG Deportiva a San Pedro de Colalao, no puede con su genio. Por lo visto, para él el silencio no es salud. Habla, cuenta, pregunta; no se queda callado. Investiga la vida de uno, le relata anécdotas a otro y así da con el blanco justo. Entre dimes y diretes, encuentra una pareja que tiene mucho para contar; al igual que él.

Augusto Penayo y su mujer, Sandra José, son dos chaqueños apasionados de la aventura. Le gusta lo extremo; y llegaron hasta San Pedro con la única misión de ser testigos fieles del paso del Dakar por tierras norteñas.

“Salimos ayer -por el jueves- a las 20 de Resistencia y acá estamos”, dice sonriente Augusto. Aunque su mujer pide rapidamente la palabra. “Dejamos el trabajo y nos dimos una escapadita. Vamos a llegar hasta Salta, aunque si nos entusiasmamos, quizás sigamos recorrido junto a los competidores”, ríe la mujer y deja su futuro en manos del destino.

Ellos no son ningunos principiantes en este tipo de travesías. “Ya estuvimos en el Dakar Series en el noreste, presenciamos el Rally Mundial en Córdoba, y fuimos tres años consecutivos a San Pablo para ver la F1”, enumera como guerras ganadas el hombre y va más allá. “Todo lo que sea aventura, ahí estamos nosotros. Una vez fuimos a Machu Pichu en moto y en otra ocasión cruzamos la Ruta 66, en Estados Unidos, de la misma manera”, relata.

Pasadas las 8.15 comienzan a pasar las primeras motos, y Augusto toma su iPad para inmortalizar cada momento. Está feliz, su rostro así lo demuestra. “Sentir el rugido de los motores, impacta, moviliza; realmente emociona”, dice. Sandra no se queda atrás y aclara; “nos gusta mucho las motos, así que ver esto es realmente hermoso”.

De buenas a primeras se fueron dos horas que parecieron un suspiro para la pareja. Una sinfonía formada por los caños de escapes de motos y cuatriciclos retumba en la inmensidad de la montaña. El circo ha pasado y el público comienza a abandonar la escena. Augusto y Sandra saludan cálidamente y se disponen a continuar su ruta. “Fue hermoso, la seguiremos en Salta”, rematan a dúo.

El cansancio de estar muchas horas al pie del cañón le comienza a pasar factura al cronista. Mario, que ha sido un héroe en el arranque del trabajo, pasa a ser su peor enemigo. Conciliar el sueño se le hace prácticamente imposible; Mario, que sigue con las pilas a full, no está dispuesto a dejar su costumbre de lado.