En el lago La Angostura se respira libertad. Una costa con césped verde es el terciopelo que recibe a los veraneantes convocados por un deporte adrenalínico: el kitesurf.

Desde hace nueve años, los amantes de las disciplinas náuticas practican esta variedad en el espejo de Tafí del Valle. El kitesurf suma cada día a más interesados. Sin duda el gancho es la posibilidad de conjugar tres verbos placenteros en un sólo acto: navegar, volar y disfrutar un paisaje de ensueño. Esos vuelos cortos que ascienden hasta siete metros de altura ofrecen la chance de contemplar desde otro ángulos los magnéticos nevados del Aconquija.

El kitesurf irrumpió en Tucumán en 2005 de la mano de Leonardo Casadei, entusiasta windsurfista de Santiago del Estero. Este deporte extremo reúne aspectos del wakeboard, el windsurf, el surf, el paracaidismo y la gimnasia. Si bien sus raíces se remontan al siglo XIX, el kitesurf moderno comenzó a ser practicado a partir de la década de 1970 en Europa, América del Norte y Oceanía.

Casadei enseña kitesurf en La Angostura durante el verano y en el invierno imparte clases en el dique El Cadillal. El instructor relata que, cuando estalló el boom de este deporte, “todo era a lo guapo”: “nadie sabía nada, por lo que había que aprender a los golpes”. Y precisa que en la provincia hoy hay suficientes aficionados como para fundar una asociación (es el plan).

Entre esos hijos del viento está Lucas Rasguido, un joven médico de 30 años que durante la temporada alta hace guardias en el Hospital de Tafí del Valle. El médico “sube” a trabajar, pero, como lo cortés no quita lo valiente, además “se castiga” con sesiones de kite: “el amor por mi profesión me trajo al valle. Aquí descubrí un sol poderoso y, sobre todo, los mejores vientos de Tucumán”.

Rasguido asegura que, gracias a las ráfagas de 14 nudos que penetran en el lago por la quebrada, el barrilete del kite se despliega estupendamente. En esas condiciones y en ese edén resulta más fácil navegar sobre la tabla, volar, saltar y ensayar maniobras nuevas. Rasguido define el fenómeno: “el agua transmite sensaciones únicas. Allí sólo estamos el viento y yo”.