Perro que ladra no muerde dice el dicho. Pero no por eso hay que dejarlo ladrar toda la noche. Y tampoco podemos confiarnos en un dicho. La amenaza puede ser eso: un ladrido. O no. Entonces, ¿vamos a dejar que se concrete? ¿Vamos a permitirlo? ¿Puede soportárselo?
El viernes a la noche se orquestó una seguidilla de amedrentamientos como pocas veces se dio en la provincia. Dos fiscales, el padre de la víctima de uno de los casos más corruptos de la provincia, el secretario de Seguridad y un periodista de LA GACETA fueron las víctimas de los delincuentes. Los mensajes, en todos los casos, fueron similares: no jodan con la Policía. No se metan con la Policía. Dejen de investigar a la Policía. Otra vez, la Maldita Policía.
Es imposible manejar una fuerza armada que tiene sus propios códigos y muchos miembros que pretenden delinquir protegidos por el uniforme. Entonces, son más delincuentes que los otros delincuentes. El año pasado hubo muchas causas al respecto: policías que coimean o, tan o mucho más grave que eso, liderar bandas de asaltantes.
Luego de las amenazas contra los fiscales Adriana Giannoni y Diego López Ávila (a quién le enviaron un mensaje vía la primera), Alberto Lebbos, Paul Hofer y Roberto Delgado, el gobierno salió a repudiar: No se permitirá que esto suceda impunemente, es por eso que la situación está siendo investigada, dijeron. No les quedó otra que tomar partido, aunque saben que desde hace mucho la situación está fuera de control.
Lo sucedido ente el ocho y el 11 de enero es una clara muestra de la que la Policía hace lo que quiere. Y que la pirámide de la que se siempre se jactan de cumplir (con órdenes de arriba hacia abajo) se dio vuelta. Hoy el poder lo tiene la base, que además cuenta con el ferviente apoyo de muchos que ya no están en la fuerza y quieren venganza.
Nadie se hace cargo de la Policía. Todos miran para otro lado. Dejaron crecer al monstruo y hoy es imposible detenerlo.
Desde hace 15 años en la Policía no entra quien debe, sino quien quiere. Eso de la vocación quedó absolutamente de lado. Se ingresa en busca de un sueldo. La Policía es una enorme bolsa de trabajo de la que se beneficiaron funcionarios del Ejecutivo, del Legislativo y del Judicial, de las municipalidades, de los concejos deliberantes y hasta de las comunas. Cientos de dirigentes presionaron para hacer entrar a algún familiar o algún amigo. Pagaron favores con la Policía. ¿Y ahora?
La gente, el ciudadano común que sufre a estos delincuentes de uniforme, ya no podrá mirarlos con confianza luego de lo sucedido a principios de diciembre. Se sintieron traicionados, se vieron desprotegidos. Y saben que el Gobierno no está en condiciones de cambiar algo en la Policía. Si hasta fue amenazado el secretario de Seguridad, el hombre que más pone la cara por los de uniforme aunque muchas veces se equivoque, ¿qué tranquilidad se puede llevar a quien no tiene poder?
El Gobierno cree que cambiando figuritas puede torcer el rumbo de una policía que está podrida en los cimientos. Nadie pudo: Ni Pedro Ledesma, ni Hugo Sánchez, ni Jorge Racedo, ni aún Dante Bustamante los jefes de Policía de la gestión José Alperovich. Ni Pablo Baillo, ni Mario López Herrera ni aún Jorge Gassenbauer, los ministros seguridad a lo largo de esta década desmadrada. El cambio debe venir por otro lado. Y para empezar, educar con el ejemplo.
En Tucumán los perros ladran y muerden. Son peligrosos. La culpa no es de ellos. Es de quién les da de comer.