Daniel Abad - Director de Cesnoa

Luego de los acontecimientos sociales que sacudieron a Tucumán y varias provincias de la Argentina, aquietadas las aguas, cabe preguntarse las causas de semejante barbarie. Indudablemente que el fenómeno es multicausal.

Pero hay uno que viene apareciendo cada vez con más frecuencia en los últimos treinta años y que no es nuevo, nos referimos a la desigualdad. En otras palabras, a la distribución del ingreso.

Se entiende por distribución a la forma en que se reparte el ingreso total de una sociedad.

Cuando el reparto tiene lugar entre los factores de la producción, se habla de distribución funcional del ingreso y adopta la forma de beneficios, rentas, intereses y salarios.

Cuando el reparto del ingreso tiene lugar entre los individuos, se habla de distribución personal del ingreso.

A veces se mide y se publica y otras veces no.

A falta de estadísticas del Indec, las opiniones varían, existiendo cierto consenso que el ingreso del 10% más rico de la población gana 28 veces más que el 10% más pobre. En 1974 el 10% más rico de la población percibía un ingreso promedio ocho veces mayor que el 10% más pobre.

Los de debajo de la pirámide -que representan más del cuarenta por ciento que trabajan en negro- son los más perjudicados porque no efectúan aportes a la seguridad social y no cuentan con una obra social.

Con excepción de los jubilados, donde la mayoría cobran el haber mínimo y los trabajadores formales que han visto incrementar sus ingresos por efecto de las paritarias, los trabajadores precarios no han podido recomponer en los últimos años la brutal caída del poder adquisitivo a causa de la inflación.

El ascenso social está determinado por el consumismo: para pertenecer hay que poseer determinada marca de zapatilla, cierto tipo de celular o marca de ropa. Esto explica la alta deserción escolar en todos los niveles y la marginalidad donde vale todo.

Los pobres están sufriendo mucho más la crisis. Entre los más afectados están los niños, las mujeres y los jóvenes. Ni el derrame del mercado en los noventa, ni las políticas sociales sectoriales (jubilaciones de amas de casa; asignación universal por hijo o subsidios) de los últimos años, han logrado revertir la desigualdad.

Un país que siempre se caracterizó por una movilidad social ascendente, urge diseñar políticas universales permanentes cualquiera sea el signo político gobernante del momento.