Nunca me gustó la pirotecnia. No logro ver dónde se supone que estriba la diversión en el acto de encender un cohete, arrojarlo y escuchar la explosión. Admito que las figuras que cierta pirotecnia de excelente calidad forma en el cielo suelen resultar atractivas. Pero son las menos. La mayoría sólo hace ruido. No hablo del riesgo que implica que un menor manipule un artefacto explosivo; o de lo peligroso que resultan estos en espacios donde pueden producirse incendios. De eso que se ocupen las estadísticas de bomberos y de las guardias de los hospitales -incluido, muy lamentablemente, el de Niños-. Prefiero hablar del ruido. Se sabe, las mascotas -perros y gatos, principalmente- sufren horrores los estallidos. Un sinnúmero de tucumanos compra, para estas épocas, sedantes para administrar a sus animalitos durante los días previos a la Nochebuena y a Fin de Año; y, sobre todo, durante esas noches. Sólo así se aminora el injusto sufrimiento que padecen los animales.

Algún lector estará pensando, a esta altura del texto, que son amargos quienes se posicionan en contra de la pirotecnia. No estoy de acuerdo. No puede considerarse diversión la que implica, necesariamente, el sufrimiento de un otro; en este caso, de un animal. Pero acaso otro lector pueda estar pensando en que no había advertido esto que planteo. Puede ocurrir. Y quizás esa persona, habituada a comprar pirotecnia para estas épocas, considere la posibilidad de no comprar, o de comprar menos. A ese lector le digo que será una buena decisión. Tal vez de ese modo, los animales de Animal farm, de George Orwell, sean más benévolos con nosotros, y eliminen su primer mandamiento: “todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo”.