Son las 10 en la Dársena Norte del puerto. El barco de Sturla se mece en el río marrón, listo para poner proa rumbo al Tigre. Los pasajeros hablan en portugués, en inglés, en alemán. Cada uno pagó alrededor de $ 200 por el viaje hasta el Puerto de Frutos. Unos pocos bajarán en la Isla El Descanso, un maravilloso jardín que crece en el corazón del Delta e invita a mimetizarse con el arte y con la naturaleza.

Desde el agua Buenos Aires no parece la ciudad de la furia que describe Gustavo Cerati. Las siluetas de las torres de Palermo y de Recoleta quedan recortados por los containers multicolores, prolijamente apilados a la vera del río. El fantasma de Guillermo Moreno planea por allí.

A un lado lado los aviones despegan; al otro, el horizonte propone adivinar la costa uruguaya. Hay aire acondicionado y alfajores de regalo en el barco, pero vale disfrutar el recorrido desde cubierta, con el fresco en la piel. Atención: llevar abrigo, por más que el sol castigue la mañana.

Desde la orilla, la torre de la catedral de San Isidro -que tiene la misma altura del porteñísimo Obelisco- anuncia la irrupción del Delta en el recorrido. El barco zigzaguea entre los canales, las lanchas cruzan con avezados practicantes de esquí acuático a cuestas y desde las islas proliferan los saludos de chicos y grandes. Es el costado más conocido del Tigre. Aguardan otros destinos, listos para ser descubiertos.

Los pies en el césped
Adentrarse en Isla El Descanso supone una experiencia espiritual, explica Adrián Bertini, uno de los anfitriones. Más allá de un pequeño muelle la bienvenida es en una casa de paredes blancas y ambientes cálidos. Un mapa de la isla de 20 hectáreas -ocho de ellas intervenidas- anticipa por dónde se desarrollará el recorrido a pie. A pocos pasos, a la vera de una pileta tentadora, el reparto de los imprescindibles sombreros y algún refresco preparan al grupo. También se ofrece repelente para insectos, amos y señores del Tigre y de su exuberancia.

Le llevó 20 años de trabajo y de inspiración a Claudio Stamato, propietario de la isla, abrir El Descanso a los visitantes. Las incontables especies de árboles y de flores enmarcan jardines, parques, puentes y arroyos naturales. Entre la vegetación, el agua y los colores emergen esculturas modernas de consagrados autores: Pablo Reinoso, Bastón Díaz, Vivianne Duchini, Carlos Gallardo, José Fioravanti, Antonio Canova... Lo llamativo es la armonía conseguida entre las formas y los materiales de esas creaciones, pletóricas de metales, de ángulos y de aristas, con el entorno. No hay discordancia, más bien una bella y curiosa simbiosis.

La primera parada es en el Templo de la Fe, un espacio ecuménico ideal para la meditación y para los encuentros grupales. De hecho, varias empresas lo reservan para las reuniones de motivación con el personal.

La caminata obliga a mantener los sentidos encendidos. Imposible no acariciar hojas y pétalos. La estimulación es permanente: el aroma de una magnolia que aparece de repente, la paleta policromática del Delta, los pájaros. “En El Descanso el que está mal revive; el que está bien, reafirma; el que duda, se despierta...”

Tras el Puente del Agradecimiento, los 800 metros del Sendero del Maestro proponen una recorrida sin prisas. Más allá está el Puente de la Conciencia Superior, y es toda una experiencia sentarse -o pararse- en las gigantes sillas diseñadas por Pablo Reinoso.

Desde Puerto Madero el viaje a la isla es de aproximadamente una hora. Desde el Puerto de Frutos la travesía en el barco de Sturla se abrevia hasta los 20 minutos. Claro que hay que llegar con reserva: todos los datos están en www.islaeldescanso.com.ar.

Los senderos serpentean hasta desembocar en numerosos puentes: el de La Aceptación (que no atraviesa ningún accidente geográfico), el de La Amistad, el de la Buena Esperanza, el de La Salud. Entre ceibos, palmeras y pastizales van trazándose los caminos: el de Los Sueños, el de María Cristina (inspiradora del dueño de casa), el de Los Helechos, el de Casuarinas (donde una tarde Madonna se sentó a tomar el té), el de Las Gramíneas.

Tras una hora de marcha, y luego de bordear el Rosedal de Santa Josefina, reaparece el punto de partida. Por allí se pasea el chef de la embajada de Estados Unidos. El actor Will Smith ha reservado la isla para celebrar el Día de Acción de Gracias, y al cocinero lo aguarda una misión de alto riesgo: preparar el pavo con la misma receta que emplea la madre del protagonista de “Hombres de Negro”.

No pudo ser más acertada la elección del cotizado Smith: nada mejor para alejarse del vértigo de Buenos Aires que el Delta y sus rincones de absoluta belleza.