Esta es la historia de una calle que tiene nombre. Se llama Italia y es una de las principales arterias de Concepción. Desde hace unos 10 años, mucho antes que se legalizara el sistema de auto rural compartido en Tucumán, se hizo famosa en todo el sur provincial como la “calle de los piratas”. No tiene techos, ni andenes. Pero funciona como una verdadera terminal que late al ritmo de remises truchos, de colectivos, de decenas de comercios y de vendedores ambulantes, de bares al paso.
El movimiento más intenso se vive en dos cuadras de la Italia: al 1.200 y al 1.300. Antes del amanecer ya están ahí los autos rurales, listos para empezar la “caza” de pasajeros que se dirigen a la capital o a distintas localidades de la zona: Aguilares, Arcadia, Alberdi, Monteros, entre otras. La gente admite que los viajes en estos vehículos muchas veces son inseguros. Pero ya se acostumbraron a usarlos y los prefieren a ellos antes que ir en colectivo.
Todos en la “calle de los piratas” tienen una preocupación: qué va a pasar cuando el año que viene se inaugure la nueva terminal. “¿Seguiremos trabajando aquí?”, se preguntan los choferes de autos rurales. “Si ellos se van, nuestros locales caerán en desgracia”, plantean los comerciantes. Los usuarios también tienen inquietudes. La gente que se mueve en los “piratas” posee todo a mano allí: lugares para comer y negocios en los cuales comprar todo tipo de artículos. Además, resaltan la comodidad de estar a una cuadra del centro de Concepción. “Todo queda a un paso. Uno viene al hospital o a hacer algún trámite y en dos patadas los puede hacer, y de paso realizás compras. La nueva terminal estará lejos (en la ruta 65, a 10 minutos del centro), no nos conviene”, resume Carmen del Río, que por lo menos una vez a la semana viaja desde Aguilares a Concepción.
“Aguilares, Monteros, Alberdi...”. Los alaridos resuenan a toda hora en “la calle de los piratas”. En una mañana lluviosa, los pasajeros no tienen más opción que mojarse mientras esperan que llegue su auto. Es el caso de Luis Cacini, de 22 años, que piensa viajar hasta San Miguel de Tucumán. “A veces tenés que esperar un ratito, pero prefiero el auto rural porque va más rápido que el colectivo y te deja más cerca del lugar al que vas”, dice el joven estudiante de Ciencias Económicas.
A lo largo de la calle hay dos, tres y hasta cuatro filas de autos rurales a la espera de pasajeros. Por allí también pasan colectivos, por lo que el tránsito se complica bastante. A eso se le suma el pésimo estado del asfalto. En las dos cuadras se ve de todo: hay autos relativamente nuevos y otros desvencijados, con las puertas flojas y las gomas gastadas. Hay choferes vestidos de traje y otros con short y ojotas. “A nosotros no nos conviene dejar este lugar. Es nuestra parada ideal”, sostiene Lisandro Vargas, chofer.
La Municipalidad de Concepción intentó en varias oportunidades sacar a los “piratas” de esa calle, pero ellos se impusieron. Desde que el sistema de autos rurales fue legalizado, en junio de 2005, hubo algunas mejoras: muchos vehículos se renovaron. Sin embargo, según admiten los propios choferes y pasajeros, los viajes siguen siendo tan inseguros como entonces y la cantidad de ilegales no baja. “Al principio, todos querían tener los papeles en regla. Pero después, cuando vimos que en los controles no les hacían nada a los ilegales, dejamos de preocuparnos”, reconoce Norberto Saleme, que hace viajes desde Concepción a Alberdi.
Sin pelos en la lengua, los choferes admiten que el 90% de los autos son ilegales. “Es cierto que algunos se esfuerzan para dar mejor servicio. Y eso en la calle se nota. Hay algunos pasajeros capaces de pagarte más el viaje si está en mejores condiciones el vehículo. Aquí hay de todo: te puede tocar viajar cómoda, con aire acondicionado, o te puede tocar un auto viejísimo que te lleve a dos por hora”, resalta Isaac Gosne, otro de los choferes.
Lo que no discrimina a los pasajeros de los “piratas” es la inseguridad en la vieja traza de la ruta 38. Todos circulan por allí, ya que este camino está más cerca de los pueblos por los que llevan y traen pasajeros. Sobrepasan larguísimos camiones, se tiran a la banquina sin señalización adecuada, pocos respetan los semáforos y se arriesgan con la famosa maniobra llamada “boletear”. Es lo que hacen al detenerse en las paradas en busca de pasajeros (está prohibido por tratarse de un acto peligrosísimo en la ruta).
“Con los piratas, uno nunca sabe si llega a destino. El tema es que los colectivos son lentos y cada tanto te dejan varada”, dice Karina Ledesma, docente de Monteros. “Con lo que ganamos, mucho no podemos mejorar”, retruca Fabián Bermúdez. Trabaja más de 12 horas y en promedio, recauda entre $ 250 por día.
La música tropical penetra los oídos. En la “calle de los piratas” los comerciantes salen a la vereda y charlan con los choferes y algunos usuarios del servicio. Se quejan porque nunca pasa el barrendero por allí y el asfalto está cada vez peor. Y aunque la nueva terminal promete ser un gran avance para el transporte de Concepción, a ninguno le contenta la idea de dejar la calle que alberga un servicio imprevisible, arriesgado y sin control, pero demasiado arraigado en la vida de la gente.
Algunas comparaciones
$ 32,50
cuesta ida y vuelta el pasaje en colectivo a la capital.
$ 25
sale el boleto de ida a la capital en un auto rural compartido.
$ 12
cuesta viajar de Alberdi a Concepción en un “pirata”.
$ 9
sale el ómnibus desde Alberdi hasta Concepción.