Autoridades universitarias, nacionales, provinciales, docentes, no docentes, estudiantes, egresados, colegas, amigos, sean bienvenidos al Teatro Alberdi en esta tarde de encuentro y celebración. Muchas gracias por responder a nuestra convocatoria.

Con la consigna de “100 años iluminando el pasado, 100 años proyectando el futuro” la Universidad Nacional de Tucumán inicia hoy las celebraciones de su Centenario en el marco de dos festejos: el 203 aniversario de la Revolución de Mayo y el cumpleaños 99 de nuestra casa.

Hay una forma usual de celebrar, que consiste en ritualizar el pasado, cristalizarlo, contemplarlo en una vitrina, cayendo en lugares comunes, vaciando su significado profundo. Pretendo distanciarme de este último uso, para recuperar la importancia y la actualidad de dos tradiciones, que todavía nos marcan, nos interpelan y nos hablan.

La pregunta es: ¿qué es aquello que vincula a estos dos aniversarios que hoy recordamos?

En realidad son dos hechos fundacionales, por un lado la ruptura del colonialismo y por el otro, el inicio de la educación superior universitaria en estas regiones. En ambos casos, se puso en juego un proyecto independiente de país y de educación, que si bien no está concluido, es un motor que sigue guiando nuestros diarios afanes.

La Revolución de Mayo de 1810, consecuencia del colapso español tras las invasiones napoleónicas, se enmarca en un proceso más profundo de esta gesta histórica que fue abrir las sendas de la autonomía, que más tarde culminó en la construcción de la Nación.

Y nuestra universidad inaugurada oficialmente el 25 de Mayo de 1914, está también marcada precisamente por el objetivo de construir un pensar autónomo y formar en la libertad.

A propósito de la libertad, Erij Fromm diferencia entre dos conceptos: libertad de y libertad para. La libertad de es el acto de romper las cadenas de cualquier tipo de sometimiento, independizarse, en cambio, la libertad para alude a las acciones propias de alguien que ya goza su condición de libre.

La Universidad Nacional de Tucumán ha concretado los dos sentidos de libertad: por un lado se ha despojado de todos los criterios de autoridad que no se legitiman en la razón, pero también ha sido capaz de generar proyectos que apuntan a la construcción de conocimiento y a su efectiva transferencia al medio, convirtiéndose en caja de resonancia de las expectativas de la gente, de las manifestaciones culturales.

Si pretendemos legitimar la democracia actual, recuperar la importancia de la representación política y de sus prácticas, redimensionar el papel de la ciudadanía, de la opinión y de la cultura política, las universidades públicas constituyen la matriz en la que se cimentan los cambios y las transformaciones.

La sociedad reconoce la potencialidad de la casi centenaria Universidad Nacional de Tucumán, que representa en el imaginario colectivo de Tucumán y de la región, la posibilidad real de inclusión y de movilidad social de sus ciudadanos.

En 1912, la promulgación de la ley de creación de la Universidad, entonces provincial, obedeció a la falta de universidades de Córdoba al norte, a pesar de que la región estaba muy poblada y contaba con una importante producción de bienes. La idea era articular carreras de orientación práctica y técnica, destinadas a estimular las industrias regionales y encarar la educación popular a través de la extensión universitaria.

El lema pedes in terra ad sidera visu, de su fundador el Dr. Juan B. Terán, pronto demostró su potencial inspirador, al expresar que la universidad no agotaba su misión en estudios profesionales y prácticos sino que también debía dedicarse a las letras clásicas y a las denominadas “bellas inutilidades”, por su vocación trascendente.

La universidad debía interrelacionar conocimientos con prácticas, y las letras latinas con las semillas. La educación debía dejar de ser aristocrática y cerrada, para ser abierta y democrática.

El modelo elitista de Universidad ha pasado, pese a la nostalgia de algunos sectores, de ayer y de hoy.

La cultura debe responder a las necesidades de la vida actual de la Nación y no puede permanecer encerrada entre las paredes de los claustros.

En ocasión de la nacionalización de la universidad, Terán insistía en el equilibrio entre conocimiento y voluntad para la constitución de la masa social que el país necesitaba y le otorgó a la región mucha importancia, porque consideraba que las clases rurales eran las simientes de la democracia.

Decía que el país necesitaba una reforma social; una política agraria que asegurara la granja; una política sanitaria que atacara la mortalidad y una política escolar que superara las escuelas rancho y que suprimiera la necesidad, para evitar los males de Argentina.

Asimismo, siguiendo a Francis Beicon, sostenía que a la naturaleza no hay que gobernarla sino obedecerla, aprovechando los enormes recursos naturales de nuestro suelo. De allí su decisión de crear un Departamento de Investigaciones, del que surgiría la escuela forestal.

Terán pensaba en una organización flexible y práctica, en la que se entrelazaran los conocimientos intelectuales con los prácticos, en donde se enseñara metafísica y letras, junto al estudio de la tierra y de las semillas, una Universidad abierta.

Así fue que la universidad estuvo poblada desde su creación por estudiantes tucumanos y de todo el norte argentino, Bolivia y Perú. Irradió educación en todo el noroeste, al punto que institutos dependientes de esta casa en Jujuy, Salta y Santiago del Estero fueron la base para la creación de las Universidades en esas provincias.

Hoy, 24 de mayo de 2013, la Universidad Nacional de Tucumán ha alcanzado una profunda gravitación científica, cultural, patrimonial, social y política en toda la Provincia. Verdaderamente, esta Casa ha ido configurando la fisonomía de la provincia por su crecimiento edilicio, que ha impactado en el diseño urbano y por su aporte a la formación y a la educación en todos los niveles.

Recordemos que nuestra institución, en 1915, contaba apenas con la Facultad de Química y Agricultura, la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, la Escuela de Farmacia y la Escuela Pedagógica Sarmiento, con un puñado de estudiantes.

Hoy se ha consolidado como la universidad pública más grande e importante del norte argentino. Trascendencia que se expresa en sus 13 facultades, en las 7 escuelas experimentales, la escuelas de cine y de enfermería, sus más de 70000 estudiantes en todos los niveles de enseñanza, sus casi 100 carreras de grado, con sus tecnicaturas, y sus más de 130 carreras de posgrado, con una activa producción científica y con programas de extensión de gran impacto en la sociedad.

En su constante crecimiento es importante destacar que en los últimos años se ha expandido hacia las ciudades del interior de la provincia a través de acuerdos con los gobiernos locales.

Nuestra institución se caracteriza por la calidad de sus recursos humanos, de sus docentes, de sus investigadores formados, del personal administrativo y de servicios, que la colocan a la altura de los grandes centros de estudio de educación superior universitaria.

Debe destacarse que la UNT participa activamente en varios organismos internacionales de educación con quienes mantiene convenios de intercambio docente y estudiantil que la posicionan a nivel internacional.

Precisamente por el crecimiento y el impacto que tiene la UNT es que hoy lanzamos esta convocatoria, a uno de los eventos que quizás será el más significativo de su historia: el primer Centenario.

Nuestra gestión de gobierno, consolidada en el trabajo, hoy convoca a la comunidad universitaria y a la sociedad toda, a ser protagonistas de las actividades del Centenario.

Tucumán y la Universidad pública tucumana merecen una gran celebración, que ha de traducirse en un destino promisorio, de cara a los próximos centenarios.

Es imprescindible repensar los cien años que han configurado el perfil de nuestra Casa, para sopesar en qué medida los ideales de su fundación siguen marcando nuestro presente y signando nuestro futuro.

El tiempo de las grandes luminarias, individuales, ha dado paso a una nueva concepción humana y a un nuevo modelo educativo, enraizado en lo social: es el tiempo de las conquistas colectivas y el de los proyectos solidarios.

Me gusta pensar que ninguno de nosotros pasará a la historia como figura individual, sino como una generación: la generación del Centenario.

Nuestra misión, es consolidar el lugar que tiene la Universidad Nacional de Tucumán en la provincia y en la Nación y devolverle a la comunidad todo lo que ella nos brinda con su esfuerzo, ya que como Universidad Pública somos beneficiarios de la contribución que realiza aún aquel ciudadano más vulnerable económicamente, que sin embargo aporta al desarrollo de todo el país.

Reclamo, por lo tanto, responsabilidad social a cada universitario y a toda la Comunidad Universitaria.

Es función de la Universidad Pública convertirse en la voz y en las manos de quienes pasan inadvertidos, para las estructuras tradicionales del poder económico, político y social.

Con todo el bagaje histórico sobre el cual está cimentada la universidad, los invito, como rector, a “vivir y sentir el centenario”. A celebrarlo, a disfrutarlo, a ser parte de esta historia.

Vivir el centenario es fortalecer la memoria de los universitarios de hoy, conectándola con las generaciones de ayer, de cuyo legado nos hemos construido como personas libres, de pensamiento crítico.

Vivir el centenario es seguir contribuyendo a la producción de conocimiento y su transferencia al medio.

Vivir el centenario es reconocer nuestros mejores proyectos educativos, científicos, culturales y recordar los mejores ejemplos de tenacidad, para vencer la adversidad que nos ha atravesado durante nuestra historia.

Vivir el centenario es valorar la institución de hoy, aún con sus tareas pendientes, porque la utopía está en el horizonte, y nunca se conquista totalmente.

Vivir el centenario es cuidar la universidad, sostener su nivel académico, fortalecer la formación de nuestros estudiantes, de nuestros docentes e investigadores, y también de nuestro personal de apoyo administrativo y de servicios, gestores diarios de esta construcción.

Vivir el centenario es fortalecer los valores de la justicia, la libertad, la igualdad de oportunidades, la democracia y la solidaridad.

Vivir el centenario es también compartir nuevos sueños, porque los seres humanos somos deseantes por naturaleza, siempre estamos arrojados hacia nuevas posibilidades e ideando renovadas utopías.

Estamos en el cruce entre lo que hemos sido durante estos 99 años, lo que somos hoy y lo que queremos ser. Entre el ayer que nos forjó, como profesionales y como seres humanos, y también frente al mañana.

Los invito a que nos acompañen en estos desafíos, que son nuestros, pero que también son de todos ustedes, porque la Universidad Nacional de Tucumán es una institución testigo, patrimonio de una construcción colectiva, centenaria, destinada a perdurar, permanecer y trascender, para garantizar el bienestar de nuestros conciudadanos y el desarrollo de la región y del país.

Muchísimas gracias.