Un juego de hipocresías y egoísmos impide que la tranquilidad se siente a la mesa de los tucumanos en estas Fiestas de Fin de Año. Las cenizas de las barricadas en cientos de calles de la ciudad todavía no se apagan, y algunos actores sociales parecen empecinados en echar leña al fuego del miedo.

La irresponsabilidad continúa sentada en primera fila. El Gobierno reacciona con espasmos. Alperovich no parece reflexivo, sino enojado. Para colmo, envió a sus funcionarios a que desesperadamente muestren que su Gobierno está dispuesto a enjuiciar a los únicos culpables de las dolorosas y escandalosas 48 horas en las que la anarquía reemplazó a la democracia. Testigos de un encuentro entre representantes de los Poderes Ejecutivo y Judicial juran que la preocupación principal de algunos era quiénes de ellos iban a quedar como héroes. No los desveló saber qué reacción tendrían los policías recién reincorporados al trabajo. Primó el sálvese quien pueda. Se busca culpables, no soluciones. Cuentan que los togados habrían pedido garantías por escrito al PE de que no estallaría otra batahola de violencia si se detenía ahora a los supuestos sediciosos. Pero la discusión sobre la oportunidad social de la medida fue tapada por el árbol del egoísmo que se erigió para salir del blanco de las críticas. El bosque -la sociedad- quedó otra vez invisibilizada.

¿Y los cerebros?

La prueba de que en el Gobierno aún no están tranquilos es que por lo pronto los policías tienen suspendidos los permisos para realizar servicios adicionales y que las fuerzas militares recibieron la orden de postergar -momentáneamente y hasta nuevo aviso- sus vacaciones. Todo en caso de que algún desmán reorganice el ejército de motoqueros en busca de qué arrasar a su paso.

La reacción del alperovichismo fue torpe, lenta e inefectiva. No se armó comité de crisis, no se observó una cabeza política potente que llevara tranquilidad a la población y no hubo un interlocutor poderoso para frenar los ánimos de los uniformados. Falló, otra vez, la política. A tal punto que, según testigos de una reunión en la Casa de Gobierno, los “asesores” de Alperovich, en plena crisis, eran algunos allegados suyos sin experiencia alguna en política y menos aún en conflictos. Los cerebros que deberían ayudar al líder del Ejecutivo escasean.

Que por “sedición”, como pidió el fiscal de Estado, que por “autoría mediata”, como establecieron los fiscales. En la peor semana de la última década para los tucumanos, cada poder estatal y extraestatal buscó salvar su pellejo. Los policías tampoco admiten lo errado y nocivo de la protesta. Según ellos, el 5 de diciembre el PE tenía firmado el decreto para otorgar el aumento salarial a la fuerza, pero no lo rubricaron “para dejar que se arme lío”. Hasta exhiben copias del decreto con la fecha del papel tachada con corrector y sobreescrita. Algunos dirigentes opositores se frotan las manos y atizan los malos ánimos para que haya más protestas y caos. Mal momento y pésima estrategia.

Nadie parece notar que lo que pasó desgarró el corazón de la sociedad. El tucumano está herido y, cual toro estoqueado, dispuesto a atacar a quien tenga frente si el peligro se apodera de las calles. No importa si son oficialistas, opositores, policías, jueces o civiles.