Había tanto ensañamiento y odio que todo lo que no podían saquear lo destruyeron. Inclusive se llevaron una foto de Buda que había en una pared. Ahora, cuatro días después del saqueo, en una entrevista con LA GACETA, al recordar la peor noche de su vida, Celeste Pérez, de 22 años, se frota las manos, se aprieta los dedos como una señal de impotencia y bronca.
Esos sentimientos se mezclan en la joven que hasta el lunes pasado era una de las cajeras del supermercado chino “Apolo”. Después de los saqueos, ella y sus compañeros se quedaron con las manos vacías. Su fuente de trabajo se desmoronó en apenas tres horas de furia.
El local “Apolo” está ubicado en avenida Colón y Larrea. Afuera, en la calle, quedaron restos de alimentos mezclados con líquidos formando un foco infeccioso. Adentro, al abrir las puertas, el aire se torna irrespirable. Después de 48 horas de destrucción, el fétido olor envuelve al local. En el piso se formó una suerte de pasta que se asemeja al barro. Las heladeras se salvaron por el peso, pero los vándalos les arrancaron los motores y se los llevaron. Parecen esqueletos ultrajados, al costado, apoyadas en las paredes.
Los propietarios de “Apolo” tenían su vivienda en el mismo edificio. El local comercial es un galpón cerrado del tamaño de dos canchas de bochas. En la planta alta estaba la vivienda. Los delincuentes rompieron la puerta y coparon la casa de los chinos. La dueña de casa salió, como pudo y al borde del desmayo, hasta la casa de una vecina, mientras su local era saqueado sin piedad.
“Sacaban todo, las cosas de la cocina, un inodoro, la ropa del placard. Una mujer se estaba probando un vestido de la señora y apareció otra chica que le pegó una trompada de atrás para quitarle la ropa. Se peleaban entre ellas por un vestido”, recuerda Celeste.
La mayoría de los empleados del local y los vecinos que vieron cómo saqueaban “Apolo” aseguran que los vándalos eran de la misma zona. “Lo que más duele es que algunos eran clientes. Era gente que venía a comprar y que arrasó con todo esto. Eso duele más”, afirma.
Otros vecinos del lugar comentan que una parte del botín robado está cerca del local. La gente habla de ventiladores de techo que están en las casas de las cercanías. Algunos esperan que la Policía pueda actuar para recuperar lo robado. Otros mantienen la desconfianza en la fuerza de seguridad.
En el depósito
Con el paso del tiempo, Celeste prefiere no ver las imágenes de la fatídica noche del lunes. “Mejor dejarlo así, porque trae malos recuerdos”, afirma.
En “Apolo” vendían artículos de limpieza, comestibles, vinos, perfumería, entre tantos otros. Los saqueadores se ensañaron tanto que en el depósito habían quedado algunas cosas, pero le prendieron fuego. “Estaba repleto porque ya habían comprado los productos para vender en esta época de fin de año”, detalla.
Aquel lunes había empezado mal. Por la mañana estuvieron con las puertas cerradas. A la tarde, el escenario parecía más tranquilo. La dueña quería abrir. Los empleados llegaron a horario, pero el policía de custodio aconsejó no abrir las puertas al público. Así lo hicieron. El personal se retiró a sus casas. Sin embargo, estaba a punto de ocurrir lo peor.
Alrededor de las 20.30, llegaron los vándalos. Rompieron el portón y empezó todo. “Me llamaron y me vine rápido. No podía creer lo que pasaba; se llevaban las cámaras de seguridad, arrancaban las puertas y las pisaban hasta romperlas”, dice Celeste.
Un niño con palos
La joven es madre soltera. Vive en Las Talitas. Desde que ocurrió el saqueo, ella junta fuerzas para levantarse día a día y dirigirse al local como si fuese un día más de trabajo. “Mi hijo, que tiene tres años llora. Escucha que todos hablan de los saqueos y dice que él les va a pegar con un palo a todos”, asegura.
Ella y sus compañeros se organizaron para cubrir turnos en el local. No quieren bajar los brazos, tienen la esperanza de levantarse de las cenizas, renacer y volver a empezar. “Sí se puede reabrir. Depende de nosotros. Creo que después de las fiestas, cuando pase todo este caos, podremos estar de nuevo trabajando”, dijo.
Los dueños de “Apolo” buscaron refugio en la casa de una familia amiga. Lo poco que quedó de su vivienda, arriba del local comercial, está destruido. Hay cables en el piso y el cielorraso está abierto y parece a punto de caerse.
La entrevista con Celeste se realiza dentro del local. El aire sigue irrespirable. Es urgente limpiar el lugar para que no se convierta en un foco infeccioso. Si alguien ofrece ayudarte, ¿qué pedirías?... Ella hace silencio, piensa un instante, y responde: pediría que venga gente a ayudarnos a limpiar. “La mercadería la pueden comprar después los dueños, seguramente, pero necesitamos levantar esto, reacondicionarlo. Eso pediría”, insiste como si esa mínima ayuda fuese un imposible.