A Juan Sandez en el barrio Echeverría le dicen Juancho. El era uno más en la zona, al que todos saludaban cada noche cuando volvía a casa. Pero después del lunes, su imagen cambió. Y aunque no tiene capa voladora ni poderes especiales, para sus vecinos él es el “héroe de la cuadra”, al que ahora todos lo tienen agendado en sus celulares “por cualquier cosa”.
Juan no habla demasiado. No le gusta hacer alarde. Su rostro todavía transpira la angustia que vivió durante tres días, cuando enfrentó a cientos de saqueadores que querían desmantelar los negocios de la avenida Ejército del Norte, desde el 2.200 hasta el 2.300. Sin embargo, en esas dos cuadras no pudieron saquear ningún comercio. Y eso fue, en gran parte, gracias a Juan.
Tiene 29 años, vive en el pasaje Unamuno, a 50 metros de la Ejército del Norte, junto a su novia, a su papá y a su hermano. Esa es la casa en la que nació. Y no quisiera nunca irse de ahí. Durante la semana trabaja como celador de chicos adictos que están en tratamiento en el hospital Obarrio y en el centro de rehabilitación Las Moritas, en la Aguadita. “Elegí estar ahí porque creo que toda persona puede cambiar”, explica.
Será por esa misma razón que no les tiene bronca a los saqueadores con los que peleó cuerpo a cuerpo el lunes. Recuerda que todo empezó como a las 5 de la tarde. El volvía de comprar un repuesto para su auto y percibió que había movimientos raros. “Estaba seguro de que se venía algo feo. Llegué rápido a casa y busqué las armas que tenía guardada: pistola, escopeta”, describe. Y enseguida aclara: “todo legal, con papeles”.
Juan vio que cada vez estaban más cerca los saqueadores. La zona iba a convertirse en cualquier momento en una trampa mortal. “No te vayas”, le gritó su papá. Juan lo miró a los ojos y le dijo, con calma, lo que pensaba: “no es justo, no tienen por qué llevarse lo que a otra gente le costó tanto tener. Y esa otra gente son nuestros vecinos, a todos los conocemos y sabemos bien que muchos son humildes y muy trabajadores”.
Salió rápido. Hizo unos cuantos disparos (“con balas de goma”, aclara). Eso ayudó a frenar un poco a los saqueadores. Mientras tanto, Juan iba sumando a otros vecinos y a los comerciantes para que armaran un cinturón de defensa en las dos cuadras, repletas de todo tipo de negocios: peluquerías, forrajerías, tiendas de ropa, carnicerías y fiambrerías. “Como no podían hacer nada, los saqueadores siguieron hacia un supermercado y una heladería ubicados más adelante. Eso nos dio tiempo a organizarnos mejor porque sabíamos que en cualquier momento iban a volver”, relata.
Y tenía razón. Los atacantes no tardaron en volver a la carga. Las horas más dramáticas, con más incidentes, sucedieron poco después, cuando caía la tarde. Estaban ensañados con el supermercado “Tatito”, ubicado en Ejército del Norte al 2.200. El clima se puso muy tenso: volaban botellas, palos y proyectiles. “Los vecinos estábamos replegados frente a los comercios y en los techos de las casas, desde donde hacíamos tiros. No se si herimos a alguien, ojalá que no”, relata Juan. También se enredaron en trompadas, patadas y empujones.
Pasó, junto a sus vecinos, tres noches sin dormir. “Pudimos resistir y no se llevaron nada de aquí”, remarca. No le quedó ni una herida en su robusto cuerpo. Se siente orgulloso. Sobre todo, dice, porque ninguno de sus vecinos se amilanó a la hora de defender lo que, según define, “es de todo el barrio”. “Demostramos que somos fuertes, que no es fácil vencernos”, repite.
- ¿Tuviste miedo en algún momento, sentiste que podías perder la vida?
- No pensé en eso, para nada. Todos los días me arriesgo en el lugar en el que trabajo.
Ya es sábado. Sol fuerte, pero soportable. El barrio Echeverría intenta recobrar de a poco la calma. Los negocios están todos abiertos. La gente va y viene entre las veredas de tierra, con sus changuitos llenos de mercadería. Entran en el súper, se paran en los puestos ambulantes.
Juan camina por ahí y todos los vecinos salen a saludarlo. Le estrechan las manos. Le dan palmadas al hombro. “No tiene poderes especiales, pero el lunes era todo un Rambo aquí”, dice entre risas Martín, el kiosquero.
Nadie en la cuadra duda de que es un verdadero héroe.
“No es para tanto”, dice el celador. Se despide, da la media vuelta y se va hacia su casa. La de él es otra historia, la que no es oficial, la que no quedará en los libros, pero sí en el corazón de sus vecinos.