Por Nicolás Zavadivker - Para LA GACETA - Tucumán

¿Qué somos capaces de hacer los seres humanos cuando no tememos ser castigados por nuestra conducta? En ausencia de un poder represivo, ¿respetaremos la propiedad ajena, o daremos rienda suelta a una voracidad por tener carente de límites?

En el siglo XVII, el filósofo inglés Thomas Hobbes negó las teorías según las cuales el hombre es esencialmente bueno y afirmó que es un ser intensamente egoísta. Ideó para ello el concepto de ‘estado de naturaleza’, una situación pre-social en la que, librado cada uno a su suerte, cada quien busca procurarse todo aquello que desea sin más limitación que su fuerza. Se trata de un estado de guerra de todos contra todos, presidido por el constante miedo de perecer por una muerte violenta, en el que nadie verdaderamente puede ganar ni disfrutar de la vida, por lo que esta resulta ser “pobre, desagradable, brutal y corta”.

De allí la necesidad de suspender el estado de naturaleza celebrando un ‘contrato social’ por medio del cual cada individuo renuncia al uso privado de la fuerza a favor de un Estado que monopoliza su ejercicio. Pero nuevamente es la fuerza (ahora devenida ‘fuerza pública’) y su potencial uso la garante de que las personas se limiten a satisfacer moderadamente su egoísmo (por ejemplo absteniéndose de robar), y que eventualmente castiga a aquellos que pretenden evadir sus leyes. La esencia del Estado es, para Hobbes, la seguridad.

¿En qué medida estas viejas ideas pueden ayudarnos a explicar los actos vandálicos que se producen en estos días? Pues bien, si Hobbes tiene razón, resulta esperable que la ausencia del poder policial (o, en otras ocasiones, su ineficacia) nos sumerja nuevamente en el estado de naturaleza. Así, cada quien busca satisfacer sus deseos de bienes sin ningún tipo de limitaciones, aunque ello suponga poner en peligro la propiedad y hasta la vida de sus víctimas. Rige pues el imperio de la mera fuerza, y no el del derecho ni el de la moral.

Se dirá, con razón, que buena parte de la población argentina repudia estos hechos, no participa de los saqueos y se solidariza con sus víctimas. Pero ello no la exime de participar en una guerra de todos contra todos. Los comerciantes en muchos casos empiezan a defenderse y por tanto a retomar el uso privado de la fuerza. Y postulado un tiempo prolongado en que la situación no se normalizara, con la consecuente escasez de bienes esenciales, sería difícil imaginar que las personas decentes seguirían rigiéndose por leyes que no están en vigencia.

Hasta ahora, siguiendo a Hobbes, hemos pensado el asunto desde una posición que hace hincapié en el concepto universalista de ‘naturaleza humana’. En lo que sigue vamos a incorporar algunas reflexiones generales sobre la incidencia del factor cultural en las conductas.

Como se sabe, la mayor parte del comportamiento humano no viene determinada por los genes, sino que depende en buena medida del proceso de socialización, proceso por el cual el individuo biológico llega a transformarse trabajosamente en un ser social. La subordinación del individuo a su sociedad, pues, no está garantizada por su armazón genético, y por tanto puede no producirse. Como hizo notar Samuel Schkolnik, la sola existencia de cárceles y manicomios, esto es, de espacios reservados al aislamiento y neutralización de las personas que manifiestan hábitos antisociales, prueba que el proceder humano puede constituir una amenaza para la sociedad.

Que las personas no necesiten del recurso de la mirada externa -y particularmente de la amenaza de la fuerza- para comportarse correctamente es muestra de una socialización altamente exitosa. Recuerdo por ejemplo que, algunos años atrás, los medios de transporte urbanos europeos no contaban con ningún vigilante destinado a controlar el pago del boleto, no obstante lo cual la gran mayoría de las personas efectuaban dicha operación.

Hay otras sociedades en las que estas conductas existen pero no son mayoritarias, pues la viveza es considerada una forma válida de conducirse -al punto que algunos llegan a presumir de ella en facebook con títulos como “Alto saqueo”- y la decencia pasa por ser ‘cosa de tontos’. De este clase de sociedades cabe decir que, o bien la socialización está establecida de forma muy precaria, o bien que la propia cultura fomenta y socializa exitosamente pero en valores extremadamente individualistas, que pueden poner en riesgo la subsistencia de la propia sociedad.

En culturas como estas no es extraño que, en ausencia de posibilidad de castigo, se organicen hordas de bandidos y que estos se jacten públicamente, como si de una virtud se tratara, de cuánto se han apropiado y cuánto han destruido.

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Nicolás Zavadivker - Doctor en Filosofía, profesor adjunto de Ética (UNT), Autor de La ética y los límites de la argumentación moral