Por Alfredo Ygel - Para LA GACETA - Tucumán

Confieso mi absoluto temor y conmoción ante la situación de caos social que vivimos en los últimos días. Nunca viví algo así, ni siquiera en esos terribles días de la crisis de 2001. El martes circulé por las calles intentando llegar al centro desde Yerba Buena. No pude hacerlo. Me encontré con barricadas de fuego y basura, gente en las calles con palos y armas intentando defender pertenencias y negocios del vandalismo y la delincuencia. Pude ver vecinos en pie de guerra, gente agrupada en esquinas, muchachos que corrían, motos a alta velocidad, mientras intentaba encontrar un camino que me llevara a un lugar seguro. ¿Qué percibí en los rostros de aquellos con los que me cruzaba? Sensación de zozobra, miedo, caras de preocupación, desamparo, bronca. Volví a casa. Me comunique con familiares, amigos, seres queridos. Todos encerrados en sus casas con el temor por la familia, los amigos, los vecinos. La mayoría indignados por la impotencia que genera constatar que los gobernantes no logran recuperar la normalidad institucional. De nuevo las cacerolas, la protesta, las distintas formas de reacción social. También apareció la solidaridad y la intensificación de los lazos sociales.

Debemos poder pensar esto que nos paso justo ahora, en el festejo de los 30 años de recuperación de la democracia; es decir, del retorno de nuestra sociedad a un marco de legalidad institucional y de respeto por los derechos del semejante. Los saqueos, el vandalismo, el pillaje y el clima de inseguridad provocan la disgregación y el pánico colectivo. El caos social hace resurgir la sensación de indefensión que otrora tuvimos en la infancia y la vivencia que no existe un Otro que nos garantice un tránsito seguro por lo social. De allí que prevalezcan la paranoia, la zozobra, el sobresalto en el encuentro con los demás. Aparece la violencia como una de las salidas posibles. También la protesta y el reclamo de mayor seguridad.

Estos hechos, ¿son producto de grupos que se encuentran al acecho y aprovechan cualquier ocasión para ejecutar sus actos delictivos? Las imágenes son elocuentes al respecto y revelan la presencia de estos delincuentes y su accionar. ¿Han sido grupos organizados o movilizados en función de objetivos políticos como lo denuncian desde el Gobierno? Es probable que sea cierto. Pero también debemos reconocer que se trata de la expresión de un deterioro del tejido social y de aquello que configura el principio que asegura la paz social: el contrato entre hermanos. Este pacto se instituye cuando hay una legalidad que regula la vida social que debe garantizar que la ley debe ser cumplida por todos. Cuando el conjunto de la sociedad percibe que algunos de sus miembros no son alcanzados por la ley, que se permite que algunos se beneficien a partir de actos de corrupción, cuando no son castigados funcionarios u hombres de empresa que infringen la ley, se instala la idea en que es posible cometer un delito y que este no sea castigado. Lo que es peor aún, que el delito se halla justificado por el hecho de que otros lo cometen. Si todo esta permitido, si nada esta prohibido, ya no hay límite en la relación con el otro y puedo hacer con él y sus pertenencias lo que me plazca en un goce ilimitado.

Debemos apostar a la reconstrucción del pacto de la palabra. Reinstalar el límite como condición necesaria para transitar en la trama social. Y hacerlo en los distintos niveles de la sociedad, entre ricos y pobres, entre gobernantes y gobernados. Es lo que posibilita vivir la vida con las inevitables angustias, pero sin pánico.

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Alfredo Ygel - Psicoanalista, profesor de la Facultad de Psicología de la UNT.