La gimnasia del inversor y del ahorrista argentino nunca maduró. Siempre estuvo verde. Pero esto tiene explicación: no hay habitante en el mundo con mayor experiencia que un argentino en materia de devaluaciones, hiperinflaciones y procesos continuos de fluctuaciones económicas. El refugio siempre fue el mismo: el patrón dólar. La poca credibilidad de la moneda nacional ha marcado aquella conducta. La Argentina de los últimos 30 años se ha caracterizado por los constantes cambios de ciclos: de la recesión al crecimiento y vicecersa. Sin escalas. Pero la crisis socioeconómica de fines de 2001 marcó a fuego al país. Hubo un antes y un después. El antes estuvo caracterizado por la elevada inflación, la fuerte caída del poder adquisitivo de los argentinos y los altos índices de desempleo y de pobreza que, en 2002, ha profundizado la brecha social. Casi la mitad de la población no reunía los ingresos suficientes para alimentarse y atender sus necesidades básicas y cotidianas.
El después fue la década kirchnerista. No había posibilidad de caer más profundo que aquellos días de 2002. La economía mostró una expansión extraordinaria y, de esa manera, el kirchnerismo patentó el crecimiento a tasas chinas (por encima del 7% anual). Así transcurrió la Argentina, con los superávits gemelos (fiscal y comercial) como bandera del modelo y un nivel de reservas que permitió, por caso, saldar la deuda con el FMI. El ciclo económico argentino dejó aquella senda expansiva. Los viejos fantasmas vuelven a aparecer. Inflación y devaluación de la moneda son signos de estos tiempos. Los actores económicos exigen correcciones de fondo para no repetir viejas historias, con finales traumáticos para todos y todas.