A lo lejos, los edificios de la ciudad, los árboles del parque y el ligero tránsito. Cerca, un lugar que se nota diferente a los que vemos a menudo.
En cada hogar los niños, descalzos, sucios, comiendo con una gran nube de moscas sobrevolando sus cuerpos y en medio de perros con sarna, respirando un permanente olor a materia en descomposición.
En los alrededores, gente. Grandes y chicos; las madres y sus hijos; jóvenes que, ante el calor que aumenta, toman sombra y descansan. También hay animales sueltos y pájaros enjaulados. Suena una cumbia. Se oyen risas.
El sitio es ese que todos conocemos. La Costanera. Esa zona temida por muchos, pero que pocos conocen. Hacia allí fuimos, con la intención de dar a luz cómo se vive diariamente. Y, obviamente a conocer su gente.
“Me gusta vivir aquí. Este es mi mundo, estoy acostumbrada a esto, aquí hago mi vida, aquí tengo todo, mi casa, mi familia, mis amigos, mis animales y con esto me siento bien”, dijo Yesica Torres.
Al visualizar nuestra llegada, los vecinos preguntan sin pudor “¿qué nos trajeron?” Ellos constantemente están esperando ayuda de los demás para seguir subsistiendo. Sufrir por la falta de medios es, para la mayoría, algo de todos los días.
Las preguntas se multiplican y la información fluye. La gente cuenta que no hay ningún tipo de seguridad, los policías no entran y mucho menos las ambulancias. Ellos mismos, por su propia cuenta, se dirigen a los hospitales o CAPs más cercanos de la zona.
“En el CAPs te mezquinan todo, hasta un poco de gasa. La atención es mala y hacen todo cuando quieren y como quieren. Para tener un número hay que estar ahí a las 4 de la mañana. Y si no los consigo, de última los llevo a los chicos a Alderetes, donde los atienden mejor. Tampoco recibimos ayuda ni contención del Gobierno”, resaltó Marcela Vallejo.
Y su relato se hace fuerte: “la contaminación en este lugar abunda, y la droga también”.
La vecina dijo (y nos mostró) una promesa incumplida del Gobierno. “Desalojaron personas porque dijeron que iban a hacer una calle nueva. ¿Y dónde está?”, se preguntó.
Los testimonios de las personas eran casi todos iguales, coincidentes. Y también sus sueños: tener algún día un estilo de vida diferente y digno para todos, fuera de ese ámbito lleno de olores nauseabundos, y con basura entre sus pies. Las quejas de la gente no terminan. Incluso en algo muy simple: no cuentan con iluminación pública; a la noche ya nadie circula por esos lugares, al ser muy peligrosos. Al recorrer cada una de las calles contaminadas por desagües (de baños y lavaderos) y mucha basura (entre tantas otras cosas), la pobreza lo abarca todo. Allí, cada día se lucha para salir delante de la mejor manera posible. Y son pocos los que pueden. Duele ver a esta gente preocupada y sufrida tratando de ganar dinero. Lo que logran llevar a sus bolsillos se basa en pensiones y asignaciones otorgadas por el Estado. Y lo complementan trabajando por cuenta propia, subidos a carros tirados por caballos raquíticos, en los que cargan desperdicios, latas y vidrios, entre muchísimas cosas más. Y también están quienes trabajan como albañiles, lustrabotas, vendiendo cartón y como cosecheros en el tiempo del limón.
Una mano solidaria y solitaria
• Es una asistencia social sin sueldo. Mirta Brandán, de 45 años, ayuda a los habitantes de la costanera en la gestión de pensiones, planes sociales y en lo que ella más puede. Desde hace quince años que efectúa esa labor y todo lo que lleva al lugar sale de su bolsillo. No tiene ninguna ayuda de políticos y asiste con sus hijas. “Tengo mucho aprecio por esta gente. Yo, alguna vez, formé parte de este lugar. No me mueve la lástima, sólo el afán de ayudar”, dijo. Entre otras cosas, elabora y vende alfajores y empanadas, y saca de las ganancias que obtiene para dar una mano a los que lo necesitan. “Hace un tiempo tuve la oportunidad de sumar a diez mujeres al plan de Amas de Casa y eso me hizo muy feliz. Si hay algo que me duele es ver a los chicos de la zona presos, a gente abandonada”, contó.
Un dato muy importante publicado en LA GACETA del 30 de enero de 2012: el Gobierno afirmó que mejoraría La Costanera y que las 3.100 familias que habitan en ese lugar podrían cambiar sus vidas. Prometieron abrir las calles, reubicar familias, brindar servicios básicos, erradicar basurales y parquizar los espacios disponibles, entre otras cosas más. Salta a la vista que muy poco de lo dicho se cumplió. La gente aún sigue esperando.
Integrantes: Trabajamos en este informe Yohana Gómez, Nadia Gallardo y Celeste Moreno. Y tuvimos el apoyo de todo el equipo.