Elsa llevaba más de dos horas en la puerta de Central Córdoba, esperando un milagro. Su marido, trabajador de una repartición municipal que se encarga de verificar que verdaderamente se vendan la cantidad de entradas decalaradas, la bajó de su sueño de colada cuando le dijo: “la cosa está complicada, vas a tener que comprar una o... no sé”. Entonces llegó este cronista, que no buscaba compañía, pero que tenía una entrada de más.

Quince minutos después del horario anunciado, cronómetro en mano, el público ansioso reclamaba con aplausos el comienzo del show. Elsa no tenía apuros porque en realidad no le gustan ni Cacho Castaña ni Adriana “La Gata” Varela. “Pero si no, Julio, ¿qué hago? ¿Me quedo en la casa a ver tele? A mí me gusta lo que es Myriam Hernández, Pimpinela... ¿Es verdad que ha muerto Shakira?

- Elsa, tomesé una copita de champán.

- Ay Julio, nunca he tomado champán -dice Elsa con la copa (cortesía de una bodega mendocina) ya en la mano. Ay Julio, me está haciendo calor, ¿será la bebida esta?

- Las burbujas, Elsa, las burbujas.

Todavía faltaban dos horas, una pila de tangos y canciones y mucha labia de porteño langa para que Cacho de Buenos Aires recibiera en sus manos una tanga diminuta, la única de la noche a pesar de las amenazas, cortesía de una dama de la primera fila. Elsa seguía con ganas de charlar.

- Ay Julio, no anda bien el negocio que tenemos en la casa, mi marido quiere que lo cierre pero yo necesito conseguir algo antes de eso. Pero ya sabe, a los 42 años no es fácil encontrar trabajo...

- Elsa, mire, le digo algo: todos tenemos pálidas. Hemos tenido, tenemos y tendremos un millón de pálidas. Pero hoy, en este ratito que dure el show, nos olvidemos de los problemas, los dejemos afuera comiendo un chori. Para eso son los espectáculos, Elsa, en vez de sufrir uno mismo paga para ver a los artistas sufriendo en el escenario.

Cacho sufre. El tango sufre. Pero un cálculo rápido indica que al “Matador” no le alcanzó la vida para que lo hayan traicionado tantas veces como en sus canciones. Canta como víctima, pero con sus chicas de la primera fila habla como el más superado de los sementales. Canta tres o cuatro tangos y le da un respiro a su cuerpo nocturno detrás de bambalinas. Invita a los bailarines, que son un show aparte. Menciona a la “Gata”, le canta la canción que escribió para ella. Aparece ella, una verdadera gata que juega con el ovillo de los muchachos y también de las muchachas. Ella, la gata reina de los ratones -es evidente- ha convocado al 50% del estadio aunque no aparezca en los afiches del concierto.

- Elsa, ¿sabe algo?, usted tiene cara de enfermera.

- Ay Julio, ¿cómo sabe? Me faltaron tres materias para recibirme, pero he dejado la carrera hace como 20 años.

- Debería retomar, usted tiene mucha cara de enfermera.

Faltaban cero minutos para el final del show. Por el escenario habían pasado Cacho y la “Gata” juntos y separados. En cada cambio se habían dado besos en la boca. Central Córdoba ardía y Elsa transpiraba.

Se fueron sin bis, pero la enfermera que no fue se llevó de recuerdo las copitas de plástico con la foto de Cacho de Buenos Aires, el artista que no le gusta. Tal vez compre una botella de champán para Navidad.