Cuando a Debbie Balme la entrevistaron para el puesto de mánager del seleccionado de Nueva Zelanda la pregunta crucial fue cómo se ocuparía del equipo. Y ella respondió que de la misma manera en que lo hizo con sus dos hijos: ayudándolos en todo lo que fuera posible para que se concentraran en lo suyo. Siete años han pasado desde entonces, en los que Debbie se ha convertido realmente en una madre para las “Blacks Sticks”.

“Tengo 18 hijas en este hotel”, resume la siempre sonriente Debbie. “Tal vez se deba a mi edad y al hecho de ser madre. A estas chicas no les pagan por jugar. La mayoría trabaja o estudia, y por eso hago lo que esté a mi alcance para hacerles las cosas más fáciles o poner una sonrisa en sus caras”, explica.

Por cierto, ella siempre la tiene. “Trato de sonreír siempre, aunque también tengo momentos malos, como todo el mundo. Por eso a veces debo encerrarme, ja ja”, reconoce la matriarca, que en su puerta y en las de las jugadoras coloca simpáticos cartelitos con sus nombres.

La relación es recíproca. Sus “hijas” ven en ella un remanso donde descargarse emocionalmente y buscar consejo cada vez que lo necesitan. “Ellas confían mucho en mí y me cuentan todo. Exámenes, problemas familiares o con sus novios. Y cuando no estamos de gira, se mantienen en contacto conmigo por teléfono o por e-mail para contarme lo que les pasa”, describe Debbie su patria potestad.

Eso sí, como buena madre tiene sus reglas y deben ser respetadas: “trato de no malcriarlas. Incluso las más nuevas saben bien que si faltan a mi confianza es muy difícil recuperarla. Pero entiendo que pueden tener días malos. Por ejemplo, en cada viaje a cada una de ellas le escribo una tarjeta con una frase, referida a la importancia del trabajo en equipo, el valor del esfuerzo y esas cosas. Lo hago en cada viaje, por lo que las chicas que están desde hace siete años ya tienen un montón de tarjetas, ja ja”.

Minisúper

Desde que llegó Debbie las “Blacks Sticks” tienen una tradición: antes de cada partido se juntan todas en la habitación de ella para la merienda precompetitiva. “Cosas livianas, como yogur, cereal o frutas”, aclara la mánager, cuya pieza parece un minisupermercado. Además de la heladera eléctrica con lácteos y productos frescos hay una portátil llena de frutas y un placard repleto de pan lactal, fideos, salsas, cajas y latas de todos colores.

“También tenemos una tostadora de sándwiches y una máquina de expresso que llevamos a todos lados, porque a todas les gusta el chocolate caliente”, cuenta Debbie, con su sonrisa que nunca se apaga.

Orgullo cívico

En los días que lleva en Tucumán ya tuvo tiempo de formarse una opinión sobre la ciudad. “Una cosa que tenemos en Nueva Zelanda es una especie de orgullo por nuestro país, y por eso tratamos de mantenerlo limpio. Siento que aquí no pasa eso. Se ve mucha basura y las calles están rotas. Es como si la gente no quisiera a su ciudad. No digo que esté mal, sólo que es una forma diferente de vivir”, aclara.

Pero más allá del escaso compromiso cívico los tucumanos la tienen maravillada: “la gente es increíble. Todo el mundo es amigable donde sea que vamos. Y Leandro (Báez, uno de los padrinos del equipo) siempre está preocupándose por hacernos sentir bienvenidas. Por eso este tour es increíble, no podemos pedir nada mejor”.