En tiempos de Rosas, el tucumano Francisco Aráoz se desempeñaba como “correísta”, o sea conductor, a lomo de mula, de la correspondencia por las provincias. Hombre conversador, esa afición le costó la vida. Así lo atestiguan documentos publicados por Martiniano Leguizamón en “Papeles de Rosas”.

En junio de 1846, Aráoz iba a Jujuy llevando correspondencia. Informaba el comandante Francisco Barraza, de Córdoba, que llegó con el Correo, “para arriba” (o sea para las provincias del norte) “un tal Aráoz, tucumano”. Se detuvo en la casa de Luciano Rueda, y allí Barraza le oyó “referir las noticias que traía de Buenos Aires, es decir que la escuadra francesa e inglesa debía atacar al general Mansilla”; y que “Urquiza, al perseguir a Paz, se encontró con unos pantanos que impedían atacarlo”.

Haber divulgado estos rumores desfavorables al gobierno fue suficiente. A pesar de que Aráoz era un conspicuo rosista, (“adscripto a la Sociedad Popular Restauradora”, decía el sumario) el gobernador Juan Manuel de Rosas resolvió ejecutarlo sin juicio ni trámite alguno, invocando, como único cargo, el testimonio de Barraza.

Así, el 13 de octubre de 1846, dispuso que “queda condenado a la pena ordinaria de muerte Francisco Aráoz, cuya ejecución tendrá lugar en el Cuartel General de Santos Lugares el miércoles 15 del corriente, previos los auxilios espirituales”. Hizo cumplir la sentencia el general Augustín de Pinedo. ”En obedecimiento a lo ordenado, fue puesto en capilla el reo Francisco Aráoz, y ejecutado hoy a las 9 de la mañana”, informó a Rosas dos días después.