Para la mayoría de los políticos, llegar a la presidencia de su país es el máximo logro en su vida. Para Nelson Mandela, los cinco años que ejerció el poder en Sudáfrica fueron, simplemente, un episodio más de una larga trayectoria y un profundo prestigio que ya había obtenido por su lucha por la igualdad y los derechos humanos, un combate que atravesó períodos pacíficos y violentos.
Sin embargo, durante su mandato entre 1994 y 1999 todo lo logrado hasta entonces estuvo en juego. En los hechos concretos, Mandela debía demostrar que su prédica y sus propuestas de tolerancia y de unidad nacional eran alcanzables en una sociedad profunda y radicalmente dividida y enfrentada.
En la primera votación de la que pudieron participar electores negros, en 1994, triunfó cómodamente. Había decidido que lo iban a acompañar dos vicepresidentes, en un intento de llevar a los hechos su mensaje de pacificación: el blanco Frederik Willem de Klerk y el negro Thabo Mbeki, quienes fueron su predecesor y sucesor en el cargo, respectivamente, en una coalición impensada apenas hasta pocos años antes y que generaba más dudas que certezas. Incluso sumó en su respaldo al díscolo partido Inkhata de la Libertad, de mayoría zulú.
El ascenso al poder fue acompañado de una fuerte tensión social, ante el temor de una campaña de venganza violenta contra la minoría blanca que sojuzgó por décadas a la comunidad negra. Los tres años anteriores a su éxito electoral estuvieron dominados por matanzas colectivas de ambos sectores, que parecían descarrilar todo el proceso político en marcha.
En esos días de cambio de mando, la sombra de la guerra civil sobrevoló el territorio sudafricano. Pero la conducción de Madiba (como se lo conoce afectuosamente) pudo más que el rencor y todo transcurrió en paz, más allá de las preocupaciones.
Su firmeza hizo que se elimine incluso el necklacing, una técnica de ajusticiamiento popular consistente en colocar un neumático bañado en nafta alrededor del cuerpo de la víctima, al que se le prendía fuego. Las víctimas eran tanto delincuentes comunes como colaboracionistas de los blancos.
Casi documental
Hay imágenes que dejaron registrada esa historia, más allá de sus recreaciones cinematográficas (como la realizada en la película Invictus). La confirmación de los funcionarios blancos (le habían presentado su renuncia en pleno al asumir) en un gabinete mayormente negro; la decisión de tener una fuerza de seguridad personal multirracial; el mantenimiento del nombre de la selección de rugby (deporte controlado por la minoría racial) pese a la rebeldía de sus propios seguidores y el avance en la creación de escuelas mixtas fueron gestos que se sucedieron casi naturalmente y cuya significación refundadora de la Sudáfrica moderna sólo se vio en el tiempo.
Los fotogramas de Invictus donde jóvenes blancos (detrás de una verja de madera) y negros (detrás de un alambre desvencijado) ven pasar enfrentados el auto donde va el Presidente, son prácticamente un registro documental que describe las distintas formas de vida. Al final, los abrazos sin distingos de color de piel tras la obtención de la copa del mundo de rugby, también es una copia fiel de lo que realmente ocurrió.
Mandela logró transformar el hecho deportivo en un triunfo político y social para lograr el acercamiento racial y la pacificación de su país. Hasta entonces, el uso de los certámenes había sido aprovechado por dictadores para fortalecer y legitimar su régimen, como Adolf Hitler en las Olimpíadas de 1936, o los mundiales de fútbol en la Italia de Benito Mussolini de 1934 y en la Argentina de Jorge Rafael Videla de 1978. En Sudáfrica 1995, el objetivo y el final fueron muy diferentes.
Su patria sudafricana necesitaba un padre; el propio Madiba, también. Huérfano desde los 9 años, fue criado por su padrino y regente de la tribu Thembu. Su maestra de primaria fue una misionera británica de una misión metodista, que lo bautizó con el nombre anglófono de Nelson, el cual adquirió validez a efectos legales.
Su combate contra la segregación comenzó dentro de su misma tribu, ya que renunció a todo cargo honorífico de conducción para acercarse a otros grupos étnicos. A partir de esa unión, inició la lucha contra el apartheid, sistema que implicó la segregación racial; el establecimiento de una jerarquía social; el confinamiento de los negros a pequeños territorios y el despojamiento de casi todos sus derechos humanos y sociales, y la sanción de un régimen legal especial basado en tres aspectos: apariencia, aceptación social y descendencia.
En 1991, De Klerk desmanteló el entramado jurídico del apartheid con la caída de las leyes de Separación en Lugares Públicos (de 1953); de Supresión del Comunismo (1950); Antiterrorista (1950); de Registro de la Población (1950), que clasificaba a los sudafricanos según su raza; de Áreas Grupales (1950) y de Tierras de Nativos (1913), que limitaba las tierras que los negros podían poseer.
La llegada a la Presidencia de Mandela fue la evidencia del final de ese proceso. En mayo de 1996 se aprobó la nueva Constitución, con la cual terminó el período de transición democrática iniciado al salir de la cárcel en 1990.
Búsqueda de la verdad
En octubre de 1997, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación que condujo el arzobispo Desmond Tutu, presentó sus conclusiones sobre crímenes políticos cometidos en el país. En el informe, se acusó tanto a los gobiernos segregacionistas blancos como al movimiento de liberación negro, y alcanzó incluso al propio Congreso Nacional Africano (ANC) que lideró Mandela.
El ANC repudió el documento luego de haber impulsado la investigación, pero Madiba lo respaldó y dio otra muestra de que la investigación no estaba sesgada sólo contra un sector, sino que buscaba conocer lo que realmente había pasado, que la verdad no puede ser recortada según intereses individuales o de grupo. Un ejemplo más del valor político del líder sudafricano.
“Ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás”, sostuvo Madiba, en un mensaje que dio la vuelta al mundo y que ahora será recordado con tanta vigencia como cuando lo dijo.
La onu estableció la fecha de su nacimiento como un día mundial
En 2009, la ONU reconoció la labor social, los valores y la dedicación de Nelson Mandela, en la resolución 64/13 aprobada por la Asamblea General. En el documento, se destaca su servicio a la humanidad a través del esfuerzo para la solución pacífica de los conflictos; la tolerancia en las relaciones interraciales; la promoción y protección de los derechos humanos; la reconciliación; la igualdad de género; los derechos de los niños, las niñas y otros grupos vulnerables; la promoción de la democracia y de la cultura de la paz, y la defensa de las comunidades pobres y subdesarrolladas. Desde entonces, todos los 18 de julio (fecha del nacimiento del Premio Nobel de la Paz) se celebra el Día de Mandela y se convoca al mundo a donar 67 minutos para los demás, uno por cada año de su prolífica tarea pública. “Movilízate, suscita el cambio”, es el lema y entre las propuestas de acción figuran hacer amistad con una persona de una cultura diferente para eliminar la intolerancia y la xenofobia; leerle al que no puede ver; abrir un refugio para animales; colaborar con los desempleados para que encuentren un trabajo; hacerse la prueba del SIDA y animar a su compañero o compañera a que también se la haga; y regalarle una silla de ruedas o unas mantas a quien las necesite.