¿Cuál era el escenario internacional en el que la recuperada democracia argentina debía hacer pie? ¿Cómo reinsertarse en ese contexto particular, dominado todavía por la Guerra Fría, y con la derrota de Malvinas tan fresca en el imaginario mundial?

Al Gobierno de Raúl Alfonsín lo aguardaban innumerables desafíos. El prestigio del flamante presidente, construido a partir de su impecable y consecuente defensa de los derechos humanos, se consolidó a partir del Juicio a las Juntas. El fin de la dictadura cívico-militar fue acompañada en el exterior por una corriente de empatía hacia las flamantes autoridades. Pero a la seria crisis del país -inflación, desindustrialización y un asfixiante endeudamiento-, herencia del régimen de facto, no la ayudó el rumbo de la economía global. Fue el karma del mandato de Alfonsín y terminó precipitando el final de su gobierno.

La estrella de la década fue Ronald Reagan, dos veces mandatario de Estados Unidos (entre 1980 y 1988), elegido hace algunas semanas en una encuesta nacional el presidente más querido, por encima de Abraham Lincoln y John F. Kennedy. La explicación pasa por el bolsillo. Los estadounidenses disfrutaron durante ese período, en especial entre el 83 y el 89, una reactivación económica que enterró las turbulencias de la década anterior. Pero esa fiesta del neoliberalismo la pagaron las administraciones posteriores y, en especial, los países endeudados.

Reagan impuso al resto del mundo desarrollado un modelo de crecimiento bajo el comando del nuevo establishment militar de su país (Pentágono más empresas de tecnología de punta). Lo que hizo Estados Unidos fue generar una descomunal deuda interna (el déficit del Tesoro trepó a 237 billones de dólares en 1989) y externa. Todos esos dólares apuntalaron el consumo, en especial de sectores ligados a la investigación y desarrollo, a la comunicación, a la educación y al entretenimiento. La deuda pública pasó a ser administrada por el sector financiero, lo que dio origen a la época de los yuppies.

“El inmenso déficit de la balanza comercial de Estados Unidos se transformó en un superávit de dólares, en especial de Japón y Alemania (los grandes inversores en ese tiempo) y de los ‘tigres asiáticos’”, apunta en un informe el investigador brasileño Theotonio Dos Santos, profesor de Relaciones Internacionales en universidades de su país, de Japón y de Francia. El problema de los países latinoamericanos es que no se beneficiaron con este esquema, porque los dólares que producían sus economías eran inmediatamente aspirados por los pagos de intereses y por eventuales amortizaciones de la deuda. Lo que le pasó a la Argentina es que se descapitalizó.

Alfonsín y Reagan se encontraron por primera vez en septiembre de 1984. El ex presidente regresó a Estados Unidos en marzo del año siguiente. Esos encuentros sirvieron para destrabar créditos de la banca internacional, que el país necesitaba con urgencia, y para suavizar las relaciones. En los primeros meses de su mandato Alfonsín había criticado con dureza las condiciones en las que se negociaba, además de reclamar una baja en las tasas de interés.

El Plan Austral de 1985 fue recibido con beneplácito por el establishment económico-financiero, pero en la práctica el país permaneció estancado. Entre 1984 y 1988 se transfirieron 10.000 millones de dólares en concepto de intereses, prácticamente el superávit comercial de ese período que fue de 10.500 millones; mientras que la deuda ascendió de 43.000 a 55.000 millones.

El escenario del período ofrece una lectura clara: Alfonsín y Reagan coincidieron en unos pocos temas (la defensa de la democracia en la región, por ejemplo), pero ideológicamente los separaban demasiadas posturas. Las “relaciones carnales” impuestas en los 90 por el menemismo supusieron un giro copernicano en ese sentido.

El barrio de las dictaduras

La política exterior quedó en manos de Dante Caputo, joven doctor en Sociología Política que abrevaba en las ideas de la centroizquierda y que, desde la Cancillería, acompañó a Alfonsín durante los seis años de gestión.

Alfonsín y Caputo firmaron con Brasil y con Uruguay históricos acuerdos que sentaron las bases del Mercosur. Sudamérica se dirigía lentamente hacia la luz de la democracia, aunque el camino era extenso y pantanoso.

Junto con la banda presidencial Alfonsín recibió el diferendo limítrofe con Chile por las islas del canal de Beagle (Lennox, Picton y Nueva). Lo solucionó por medio de un referéndum popular: la mayoría de los argentinos votó por el fin del conflicto cediendo las islas. Pero, al contrario de lo que pregonaba el dictador Augusto Pinochet, su país no obtuvo una salida directa al oceáno Atlántico. Caputo y su par chileno Jaime del Valle firmaron en el Vaticano el Tratado Paz y Amistad Perpetua.

El chileno no era el único régimen militar que rodeaba a la Argentina del 83: la región aún padecía las dictaduras alentadas por Henry Kissinger, secretario de Estado estadounidense entre 1973 y 1977. Brasil luchaba por la recuperación democrática y debió esperar dos años, hasta 1985, cuando la fórmula Tancredo Neves-José Sarney doblegó al candidato de las Fuerzas Armadas. Gregorio Álvarez gobernaba de facto a los uruguayos y la dictadura de Alfredo Stroessner se mantenía férrea en Paraguay. Hernán Siles Zuazo defendía en Bolivia una institucionalidad débil y jaqueada en forma permanente por los militares. No fue sencillo para Alfonsín integrarse con quienes habían participado en el Plan Cóndor, el sistema de secuestro y asesinato coordinado por las dictaduras de la región, en especial por la de nuestro país.

Un fuerte respaldo para la floreciente democracia argentina se sintió desde Europa. Las afinidades programáticas e ideológicas con el gobernante Partido Socialista Obrero Español (PSOE) estrecharon las relaciones entre Alfonsín y el presidente Felipe González. También resultó fluida la comunicación con el francés Francois Mitterrand. Mientras tanto, con la Inglaterra de Margaret Thatcher la gelidez era absoluta: las hostilidades en Malvinas habían concluido pocos meses antes.

El Gobierno se mantuvo firme en el Movimiento de Países no Alineados, ámbito en el que Alfonsín se encontró con Fidel Castro en 1986. El carácter multilateral de la agenda se tradujo también en el involucramiento del país en la crisis centroamericana. Junto a Brasil, Perú y Uruguay la Argentina se alineó en el Grupo de Apoyo a Contadora, opositor a las intervenciones militares de Estados Unidos en la región.

Mientras tanto, se mantenía la necesidad de surfear en un mundo bipolar, en el que la amaneza de una guerra nuclear entre la OTAN y los países del Pacto de Varsovia (la Unión Soviética y sus satélites comunistas) era una realidad palpable en 1983. Alfonsín viajó a Moscú en octubre de 1986 y firmó pactos de cooperación mutua. La realpolitk indicaba que el país seguía proveyendo de trigo a la hoy extinta URSS, tal como lo hacían la dictadura, para disgusto de Estados Unidos e Inglaterra.

Fueron innumerables los cambios operados en el mundo durante los últimos 30 años, acelerados desde la caída del Muro de Berlín, pero la complejidad de ese tablero es la misma de siempre.