JUJUY.- Con imponentes paisajes de altura e inquietante silencio, la Puna jujeña se luce con parajes de rústica belleza. Sus pueblos, cargados de historia, conservan las huellas del pasado en antiguas iglesias y edificaciones. El recorrido asciende por la Cuesta de Lipán y pasa por Laguna de Pozuelos.
Hermosas salinas, extensas lagunas custodiadas por altos picos cordilleranos y verdes oasis que matizan los imponentes relieves desérticos componen esta deslumbrante región en el extremo noroeste de la Argentina, al límite con Chile y Bolivia.
Se trata, consigna la Agencia Tur Noticias, de una tierra que remonta al viajero hasta los tiempos precolombinos para descubrir los rasgos de un pasado que se mantiene muy presente en un conjunto de pequeños poblados, alejados aún de toda modernidad. Áreas tranquilas y pintorescas, donde abundan las casas en barro, piedra y paja, y donde las costumbres milenarias siguen siendo respetadas.
Pasado minero
A Susques se llega por la Cuesta de Lipán y un paseo por las Salinas Grandes. Ubicado en el fondo de una pequeña hoya, a más de 3.700 metros de altura, lo protegen salitrosas mesetas repletas de cardones, queñoas y tolas que contrastan con el rojizo de sus tierras. Considerado uno de los más antiguos de la Puna y muy cerca del Paso Internacional de Jama, el pequeño pueblo es un portal a la Cordillera de los Andes, con condiciones climáticas extremas.
Su principal atractivo es la antiquísima iglesia Nuestra Señora de Belén, construida a fines del siglo XVI y ambientada con pinturas cuzqueñas. Incluso, las campanas que vibran en su torre fueron traídas desde Chuquisaca. Actualmente, los pobladores del lugar crían llamas y cabras, aunque en el pasado este fue un importante centro minero. En los alrededores es recomendable un paseo por la Salina de Olaroz, el Salar de Caucharí y la Quebrada del Taire, dónde obtener una de las mejores panorámicas.
Riqueza arqueológica
Siguiendo el camino es posible adentrarse en el poblado de Yavi, casi dormido en el tiempo con su aspecto añejo y apacible, se ubica cerca de la frontera con Bolivia. Con edificaciones en caña, barro y paja, ysurcado por el río que lleva su nombre, a diferencia de otras áreas más desérticas posee verdes extensiones que lo llevaron a ser calificado como oasis de la Puna.
Yavi está rodeado por yacimientos arqueológicos y uno de sus atractivos es la Capilla de San Francisco, terminada en 1690; la Casa del Marqués, donde funciona una biblioteca y un museo; la Laguna Colorada; Yavi Viejo, en una zona conocida como El Angosto; y el Museo de Antigales.
La tierra de los coyas
En dirección norte, es posible llegar hasta La Quiaca, en el límite con Bolivia. Considerada principal centro urbano de la región, recibe turistas durante todo el año atraídos por su cultura y los vivos colores que la caracterizan. Con una completa infraestructura, es una parada obligada para hacer los diversos recorridos de la zona, vivir la tradicional fiesta en adoración a la Pachamama durante el mes de agosto o la Fiesta de las Ollas, en octubre.
Comidas típicas, música y bailes convierten a esta ciudad en un destino para el encanto, donde también se pueden hacer actividades de montaña, respirar aire puro y renovar energías en un clima de absoluta tranquilidad. Para visitar, está el Centro de Alto Rendimiento, el Museo Etnográfico Musojñian, la Estación del Ferrocarril que se mantuvo en funcionamiento entre 1907 y 1993; el Puente Internacional Horacio Guzmán que conecta con la pintoresca Villazón; la Laguna de los Pozuelos, declarada Monumento Natural por su rico ecosistema; el Cerro Los Siete Hermanos; y el Mercado Central, donde adquirir recuerdos y degustar platos y bebidas típicas.
Antiguas costumbres
• Otros poblados menos conocidos, pero igual de importantes en el paso de la historia, componen este mágico circuito norteño. Casabindo, situado a unos 3.500 metros al oeste de la provincia, también es poseedor de una antigua iglesia construida en 1772, conocida como Catedral de la Puna. Allí, es donde cada 15 de agosto se realiza el Toreo de la Vincha, donde la hazaña no busca sacrificar al animal sino simplemente quitarle una corona con monedas de plata.
• Unos 50 kilómetros al norte es posible llegar hasta Abra Pampa, la “Siberia Argentina”, donde hay una colorida feria y establecimientos donde se domestican y crían llamas para comercializar su lana. Desde el lugar también se aprecia el Cerro Totay, de 4.300 metros.
• Al oeste, sobre la ruta provincial 71, aparece Cochinoca prácticamente abandonada luego de haberse detenido el ferrocarril y vaciado sus minas de oro. En tanto, resulta imperdible un paso por la antigua capilla de Santa Bárbara.
• Los últimos dos lugares que merecen también una visita son Rinconada, en cercanía de la Laguna de Pozuelos, donde se hallan el antiguo cabildo y viejas minas; y, Santa Catalina, que exhibe la colección del Museo Regional Epifanio Saravia y un paseo por el Río Catalina.
Picantes y bebidas espirituosas
La cocina autóctona tiene entre sus ingredientes más asiduos el choclo, los ajíes, el charqui, las papas andinas y la llama. Hay que preparar el paladar para degustar locros humeantes, tamales, empanadas, chanfainas y sopas de quínoa. Entre los postres, la mazamorra y el dulce de cayote con quesillo. Como bebida típica la chicha, con harina de maíz y agua fermentada, y la aloja, de vainas de algarroba.