El que quiera saber cómo se juega -y se gana- una final, que mire no una, sino 10 veces la repetición de la definición del Campeonato Argentino entre Tucumán y Rosario. Autoridad, sacrificio, hidalguía, solidaridad y, sobre todo, inteligencia. Con ese menú de virtudes, la "naranja" consiguió doblegar nuevamente a Rosario y conquistar su décimo título nacional.
¿A quién le interesa lucirse cuando lo que importa es ganar? Mientras Rosario hacía el desgaste, presionando bien en la marca, controlando el óvalo y el ritmo en la primera media hora, Tucumán se anotaba los porotos merced a su firmeza defensiva y al vértigo indomable de Augusto López en el ataque por la punta izquierda. Los dos tries del wing "verdinegro" dejaron a todo Barrio Fisherton agarrándose la cabeza.
En el primero, compartió derechos de autor con Matías Orlando, quien luego de buscar el contacto y sacarse la marca, lo dejó con la única obligación de correr y apoyar. El segundo sí fue 100% del "Chino", que se mandó solo y cuando se vio rodeado, hizo una de Messi: finta para aquí, amague para allá, autopase en rastrón a contrapierna y a cobrar por caja.
Lo que se extrajo de esa primera parte fue el valor de la eficacia. Rosario intentó más, pero sólo consiguió sumar desde lejos con la finísima patada de Patricio Fernández. Tucumán lastimó en cada invasión con pelota dominada a la franja detrás de la línea de 22 metros.
Y es que en las finales, el oficio es un jugador más. Y al tiempo que Rosario caía preso de su propia desesperación, el equipo tucumano le asestaba el golpe de gracia con una buena jugada individual de Matías Frías Silva que terminó en try de Macario Villaluenga.
Si Rosario se fue aplaudido por su gente, se debió a esos últimos 15 minutos en los que, con una ciega locura nacida del orgullo, intentó alcanzar la epopeya. No le alcanzó. Contra equipos como esta "naranja" sólida, eficaz y estratégica, hace falta mucho más que eso. Los hechos lo demuestran.