BUENOS AIRES.- El 17 de abril de 2012, durante dos horas y tres minutos, el viceministro de Economía y entonces miembro de la Comisión interventora de YPF, Axel Kicillof, explicó de modo más que vehemente en el Senado de la Nación cuáles eran sus ideas sobre el valor de monetario de la petrolera y dio cátedra ideológica sobre el rol que la compañía debía cumplir dentro del modelo.
En esos días, todo apuntaba a una confiscación, mientras a los "gallegos" de Repsol se los corría de sus oficinas con la Gendarmería y tenían que irse del país, vía Montevideo. Cosas de la rueda del destino, durante esta última semana, el ahora ministro de Economía y el Gobierno todo tuvieron que bajar el copete e ir al pie de aquellos que habían demonizado y pedirle casi por favor que acepten llegar a un arreglo, para no morir por falta de dólares. Extraño periplo el del kirchnerismo: mucho cacareo con la recuperación de la soberanía y hasta insultos hace 19 meses, mientras el miércoles pasado estaban todos expectantes con los dedos cruzados y mirando hacia Madrid, creyéndosela para no llorar por la manifiesta rendición, que allí estaban los necesitados que iban a darles algo que festejar.
La historia de la semana, que tiene como elementos refulgentes incoherencias y desilusiones varias se inició en Buenos Aires el lunes pasado, cuando se dio a conocer en simultáneo la existencia de un "principio de acuerdo" entre los gobiernos de México, España y la Argentina para cuantificar el valor de las acciones de YPF expropiadas a los españoles.
La dimensión y hasta el modo de redactar los comunicados ya mostraba hacia el cierre de esa jornada de qué lado estaba la ansiedad. El escueto parte de Repsol contrastó de modo bien grotesco con casi un pomposo manifiesto del Gobierno argentino para anunciar lo mismo. Aquí, creyeron que era la hora de la victoria, sobre todo para torcerle el brazo al odiado Antonio Brufau. El miércoles, los socios de Repsol -incluido la mexicana PEMEX dueña de 9,4%- se sentaron a la mesa del Consejo de Administración en la capital española con el balance de la compañía por delante y esa prioridad pudo más que las pullas internas con el catalán.
Entonces, plantearon que al cierre de la operación sólo se iba a llegar cuando se sepa quién se va a hacer cargo de la diferencia que se producirá indefectiblemente, cuando se vendan los bonos soberanos a 10 años que la compañía recibirá de la Argentina, quizás con un período de gracia, aunque con una tasa de interés que muestra el deterioro del país frente al mundo, resabio del default y de su mala reputación como pagador: 8,25% anual o más. La petrolera española ya indicó que va a aceptar U$S 5.000 millones en "activos líquidos" y que, por lo tanto, está claro que no está dispuesta a resignar caja. Por eso, su comunicado de ese día, debe ser leído en clave de "queremos seguir negociando, pero con condiciones".
En tanto, la rueda de la ideología seguía girando en el Gobierno y mientras los nuevos funcionarios del equipo Kicillof no sabían qué decir esa noche que imaginaban gloriosa, hubo que esperar a que la racionalidad que despliega el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich pusiera al día siguiente los pies sobre la tierra y explicara la situación.
Dijo lo obvio, que ahora comienza un tironeo legal y financiero con abogados y bancos encargados de cerrar el verdadero acuerdo y mientras en España están radiantes por haberle sacado algo a la Argentina fuera de su costumbre de llevar a larga las contiendas en el Ciadi o de no pagarlas, desde YPF se confía que antes de fin de año, cuando Repsol levante los juicios (tema que ni siquiera mencionó), empezarán a llegar inversiones.
Nunca más cierto aquello de que "la necesidad tiene cara de hereje" y esa realidad se llevó el discurso épico y a algunos personajes por la alcantarilla. Para un peronista quizás dar una voltereta en el aire no es tan difícil. Casi está en su naturaleza. Pero, para un neokeynesiano formado en el marxismo, como Kicillof, el cambio de una postura tan radical no parece sencillo. Es muy recordada todavía aquella larga intervención suya en el Salón Azul del Senado (que se puede ver completa en Youtube), no sólo por lo tajante de los conceptos, sino por la gran soberbia del difusor, aderezados ambos aspectos con modulaciones altisonantes y mohines cinematográficos, en términos de mostrarse como el único dueño de la verdad.
Ese día, el hoy ministro habló de la importancia estratégica que tiene una petrolera manejada por el Estado y disparó sus pullas hacia el presidente de Repsol, aunque omitió mencionar el período de la familia Eskenazi, el modo en que compró sus acciones y la tolerancia que el Gobierno exhibió por entonces con el giro de dividendos. "Esto va al Tribunal de Tasaciones de la Nación para pagar, según nuestra Ley de Expropiación, lo que termine siendo el costo real. No les vamos a pagar lo que ellos dicen, como quiere el señor Brufau: 10.000 millones de dólares", había señalado esa tarde el funcionario.
Para poner las cosas en términos exactos, no es cierto que él haya dicho en aquel discurso que no había que pagar "ni un centavo" por Repsol, aunque quizás ganas no le faltaban por entonces para mortificar aún más al "payaso" de Brufau sobre todo, pero su giro de acatamiento de hoy ha sido más que drástico y es eso lo que más llama la atención: "imposible no indemnizar a Repsol, sería ilegal", ha dicho por estas horas.
Apenas un par de días después de aquel incendiario discurso de Kicillof de hace 19 meses, esta columna expuso que "por más que ahora se le bicicletee el pago a Repsol y que muchos en el kirchnerismo se jacten de ello, lo único que no se puede hacer en materia de disrupción en las reglas de juego es evitar las consecuencias" y entre ellas se mencionaba "quedar raleados del mundo, menos empleo, mayor presión tributaria o inflación".
Ante ese panorama la pregunta que se planteaba por entonces era "¿Quién invertirá?, ya que el propio funcionario había despreciado los conceptos de "seguridad jurídica" y de "clima de negocios", íntimamente relacionados, ya que los consideraba como un lastre que dejó el neoliberalismo. En el discurso ante los senadores, pontificaba que existían otras "seguridades" superiores, como son "los intereses del pueblo".
En las primeras horas del manotazo a YPF, empresa que sigue siendo estatutariamente privada para zafar de la vigilancia de los organismos de control, la cancillería española dijo que "la Argentina se había dado un tiro en el pie". Hoy, se sabe que eso fue puntillosamente así, ya que la Argentina pasó a ser más que nunca un país apestoso para las inversiones de riesgo. Así, se lo debe haber explicado durante meses el CEO de YPF, Miguel Galuccio a la Presidenta, seguramente arando en el mar, hasta que la pila de votos en contra acomodó a todo el Gobierno.
Lo cierto es que hoy, con el caballo cansado y atado de pies y manos en materia energética, destrozadas sus cuentas externas por lo mismo, gastando más de lo que ingresa por la influencia de los subsidios, emitiendo a lo pavote y cercado por la inflación, el gobierno argentino no tuvo más remedio que mover influencias frente a España y México para lograr que Repsol se sentara en la mesa de negociaciones, lo mismo que bajo el ideologizado consejo de Kicillof el país venía rehuyendo durante tanto tiempo.
Hoy, tras dos elecciones perdidas por paliza, la realidad muestra al actual ministro como un tímido pollito mojado en este tema, quizás rumiando bronca porque el modelo hace agua por los cuatro costados y porque la Presidenta ha comenzado a mostrar una dosis de realismo impensada hace tres meses nomás, a contramano de sus recetas antisistema. Para Kicillof, aquel del Congreso fue probablemente una jornada de gloria, aunque no imaginaba que 19 meses después iba a tener que dejar sus convicciones afuera del ministerio de Economía. Ese día, mientras los senadores opositores le hacían la cruz por lo que catalogaron por su ímpetu y sus chicanas permanentes como "desprecio" del funcionario hacia el cuerpo, el joven Axel pasó a ser para los cuadros kirchneristas el paradigma discursivo de la justicia revolucionaria. De allí que hoy, no los burocratizados dirigentes de La Cámpora o los figurones de Carta Abierta, sino esa misma y desencantada militancia de a pie, sobre todo la más pura y no contaminada por el empleo público ni por los planes sociales, se siente desamparada y sin saber qué decir.