Cuando había cierto alivio general porque la Presidenta había recuperado el centro de la escena política y cuando en apariencia se había terminado la peligrosa languidez en la que había entrado el Gobierno, fue todo un símbolo la imagen de Cristina Fernández el miércoles por la noche mirando hacia el interior de la Casa Rosada, dirigiéndose únicamente a sus partidarios más enfervorizados y relatándole a "los pibes para la liberación" lo bien que ella cree que le está yendo al país. Y en paralelo, otro contrasentido: minutos antes, ella misma le había tomado juramento en un escenario contiguo a tres figuras clave de su Gabinete, a los que había mandado de urgencia a arreglar los desaguisados de "la herencia recibida", la suya propia.

Alguien del equipo de creativos habrá imaginado su regreso triunfal a los atributos del mando como un símil de aquel 17 de octubre de la vuelta del líder a tomar contacto con su pueblo, a través de un mensaje de ida y vuelta. No debe haber pensado quien pergeñó la puesta en escena que estaba mostrando el aislamiento mismo. Como figura fue demoledora: el balcón de Perón, de cara a la mítica Plaza, le dejó paso al balcón del Patio de las Palmeras.

Abajo, sólo los partidarios más ultra, en un festejo al que no habían sido convocados todos. De pejotismo poco y nada. Sólo fue para los chicos de Unidos y Organizados, repartidos por los patios de una Casa de Gobierno que hasta tenía rejas en los pasillos para evitar desplazamientos inconvenientes de la tropa. Oscar Parrilli iba y venía para verificar que todo saliera bien y la seguridad estaba más que preocupada. Tanta gente había adentro y tantos corralitos se habían armado, que una salida en tropel, por cualquier circunstancia de emergencia, probablemente hubiese terminado en tragedia.

Como alejada de todo, allí arriba, sin un dejo de autocrítica y con ánimo manifiesto de transmitir que su camino iba a pasar por la "profundización" del mismo modelo que la llevó a tan delicada situación, Cristina pareció no haber registrado siquiera la goleada en contra del 27 de octubre. Era su hora de regreso y no iba a permitir que la realidad se la empañase. Cómo decirles lo que estaba pasando, si ella misma no puede creer que esté pasando.

Entonces, la Presidenta, seguramente feliz por tanto bochinche, se encerró en la enumeración de sus logros y omitió todo aquello que no conformase al auditorio. Bien contentos estaban los jóvenes sólo con verla allí y mucho más aquellos de sonrisa fácil que el guión televisivo colocó junto a ella para que asintiesen al final de cada frase. Algunos parecían en trance, ajenos a todas las tribulaciones de la sociedad.

La serenidad familiar que se le notó a Cristina el día de la reaparición a través de las redes sociales y no de la cadena nacional, junto a su hija cineasta, su nuevo perro, las rosas de Hebe de Bonafini y su pingüino de peluche y el auténtico alivio que sintió tanta gente por verla tan bien, trocó esa noche más planificada que aquel video familiar, en desánimo para muchos otros que la observaron demasiado absorta en su microclima. Tan ajustado fue el libreto que la Presidenta cumplió en la Rosada para celebrar su vuelta que hasta su circulación por los pasillos estuvo prefijada, cronometrada, para que la disposición de cámaras no se perdiera nada. Hasta una cruz de cinta adhesiva pegada al piso le marcó el lugar exacto donde debía pararse para hablar y tener allí la mejor luz y sonido.

Más allá del relato, en la arenga ante la tropa juvenil hubo también un estudiado no relato y entre las omisiones, ella no sólo no habló de las elecciones perdidas, sino que supuso que nadie en el auditorio padecía la inflación, ni había sufrido situaciones de inseguridad, ni estaba cerca del flagelo de la droga, temas que sólo enarbolan los opositores. Calló y les dio aquello que querían escuchar.

Quizás por ser cuestiones más duras, tampoco mencionó la fuga acelerada de reservas, ni el déficit energético, ni la emisión monetaria, ni el agujero fiscal, ni la pérdida de mercados, ni los problemas para conseguir inversiones. Ni siquiera habló de política, ni de los cambios en el Gabinete, ni de la salida por la ventana del protegido de otrora y fiel ejecutor de órdenes, Guillermo Moreno. Armó un discurso de burbuja, para que no le aguara la noche. Sin embargo, tal como suele ocurrir con las campanadas de las 12 volvieron las calabazas y por eso, al día siguiente salieron a la cancha las caras nuevas, los portadores de las malas noticias, para decirle a todos que el ajuste se aceleró.

Con un estilo de comunicación casi inédito para el kirchnerismo, Jorge Capitanich y Alex Kicillof hicieron malabares para que no se les notase la capucha de verdugos y produjeron novedades al por mayor, pero sólo desde el plano del notable cambio en las formas. De medidas, hay hasta el momento poco y nada. Lo que hay que determinar ahora es si lo de la "profundización" es un cliché que la Presidenta ha comprado porque se lo vendió desde la teoría el convencido Kicillof o si va a triunfar el mayor realismo de Capitanich cuando salió a explicar que "lo que se denomina políticamente la profundización del modelo, para nosotros no es nada más ni nada menos que garantizar las condiciones, para que todos tengamos mejor calidad de vida": crecimiento económico, oportunidades de empleo, preservación del poder adquisitivo del salario y su mejora, más exportaciones, más inversión pública para hacer más competitiva la economía, más inversión privada y mayor certidumbre y previsibilidad.

La lista de dulces objetivos que hizo el propio Jefe de Gabinete excluyó los cómo para "garantizar" esas condiciones y como en general, son las herramientas las que definen los procesos de ajuste, habrá que esperar para ver si Cristina se las aguanta sin salir a mezclarse con la gente otra vez y deja hacer en nombre de no acumular mayor estrés, en cumplimiento interesado de las recomendaciones médicas.

Con ella fuera de escena después de 2015, es natural y hasta lícito que si Capitanich se siente el sucesor del proceso kirchnerista y si se lo prometieron -algo que debe estar preocupando mucho al gobernador Daniel Scioli- se aceleren los tiempos para llegar a las elecciones con el trabajo sucio realizado. Político más que hábil, no eludió preservarse: "trabajamos en una agenda que obviamente establece la Presidenta; propiciamos alternativas, opciones. Ella decide y nosotros ejecutamos", explicó.

Vale anotar una curiosidad: ya sea por repartir las responsabilidades con los demás, o por el respeto de un recién llegado, o bien por acatamiento de la investidura presidencial o quizás porque es una muletilla de la que no se puede desprender, en su primer encuentro con los periodistas Capitanich dijo 38 veces la palabra "nosotros" y otras 30 repitió el voluntarista término "vamos". Su segunda intervención, dejó 31 y 26 menciones, respectivamente.

Sobre Kicillof hay que decir que, más rústico para manejarse con la prensa, fue más directo en cuanto a avanzar en instrumentos que se observan bien académicos, aunque habrá que ver si finalmente no están divorciados de la realidad o si no patean en contra de necesidades mayores, como la de seducir a los empresarios para que inviertan. Al mejor estilo kirchnerista, el nuevo jefe del Palacio de Hacienda le endilgó a terceros los actuales padeceres económicos (" hay campañas muy intensas para sembrar incertidumbre"), como si él mismo no hubiese estado a cargo desde 2011 de lo mismo que propicia hoy: "vamos a trabajar fuertemente en la cuestión de las cadenas de valor, en trabajos con costos, en trabajos con la apropiación de rentas a lo largo de la cadena", señaló. En donde hubo similitud manifiesta entre ambos fue en conceptos en los que no se apartaron ni una coma del discurso, casi como una inmersión de apuro en los temas conflictivos para responder lo mismo, tal como si pensaran igual en todo. La preeminencia de la planificación y de los controles del Estado estuvo en boca de ambos y una cuestión común fue minimizar las consultas: para los dos, el término prohibido inflación pasó a ser "variación de precios", mientras que se ocuparon de marcar casi al unísono la importancia de considerar como un todo lo fiscal, lo monetario y lo cambiario.

Hubo además varias pelotas pateadas afuera. Por ejemplo, para Capitanich, el Indec "pertenece a las objeciones del pasado" y para Kicillof, "tenemos algunas reservas que han sufrido alguna rebaja pero que están a niveles consistentes". Y hasta algún blooper risueño del ministro de Economía quien, para empardar al Jefe de Gabinete, que a su vez había desechado el anuncio de planes "grandilocuentes", un término coloquial probablemente usado por "exagerado" y no por su acepción referida a lo pomposo de las expresiones orales o escritas, la embarró con un "no venimos a hacer ningún gran anuncio elocuente".