Hablar del clásico entre Tucumán y Buenos Aires, irremediablemente, te remonta al pasado. Te empuja a las finales perdidas, a lamentar según pasaban los años y las décadas, cómo los títulos de campeón argentino de rugby se oxidaban abarrotados en el nido de las "águilas" y no en una impecable aunque solitaria vitrina naranja. Hablar del clásico entre Tucumán y Buenos Aires te conduce a esa lluviosa tarde del 6 de octubre de 1985. Te abre la puerta del interrogatorio a papá o al abuelo sobre cómo se construyó aquel histórico 13-9 con tonada gaucha, como todavía le gusta parafrasear a Julio Coria, uno de los que vivió la dulce y también la amarga racha de desgracias llamadas derrotas con la reina de la ovalada criolla: Buenos Aires.
A veces la inmortalidad dura un segundo. Otras, en cambio, la acción de la película congela el tiempo indefinidamente. Eso sucedió aquel lluvioso domingo en la bonaerense San Martín. "Fue la revelación del mal contra el bien, del anti rugby, como solían criticar los métodos 'poco ortodoxos' de los bárbaros norteños los porteños", agrega Coria.
En ese día gris llegó consagración contra el rey de reyes, contra el monarca que supo dominar la esfera nacional de la ovalada casi desde la creación del torneo en 1945, cuando se repartían los trofeos entre Provincia y Capital (en el 62', ya como URBA obtuvo su primer campeonato).
Tucumán se cobraba venganza de las definiciones del 66' 75', del 81' y del 82' y también comenzaba a crear su propio mito. El de una sociedad nacida, curtida y fortalecida de la experiencia del pasado; aggiornada por tres pícaros especialistas de la táctica (Alejandro Petra, Manuel Galindo y Luis Castillo) y explotada por 30 hermanos que intercalaban puestos siempre sabiendo qué era lo mejor para la familia.
El destino de esta edición 2013 quiso enfrentarlos en una semifinal, que para todos es final porque cuando dos potencias chocan sus galaxias todo título queda angosto. No habrá mañana para el perdedor, como no lo hubo jamás. Es a ganar o morir dejando hasta el último aliento. Y el mayor ejemplo lo dan los viejos, los que recuerdan el regreso a casa con la copa en la mano. "La gente nos esperó en el aeropuerto, nos hizo pasear en autobomba", cuenta como si fuera ahorita mismo Ricardo Le Fort. Los 28 años de distancia entre su sonrisa melancólica y sus palabras de ex rugbier no empañan la panorámica, la endulzan. Lo dice un campeón que gozó de las conquistas del 85', 87', 88', 89', 90', 92' y 93' desde adentro y al costado de la raya en 2005 siendo DT.
Buenos Aires es al que siempre querrán ganarle los Coria, los Le Fort, los Luis Molina y el resto de las generaciones que vistieron, visten y vestirán con honor la camiseta "naranja". "Si me das a elegir un rival de toda la vida, te digo Buenos Aires. Y mirá que a Francia en su momento le tomamos la mano", jura Coria. Aquellas derrotas previas al 85 y las venideras victorias dejaron una enseñanza.
"Nosotros supimos aprovecharlas. Por algo tenemos mucha gente vinculada al seleccionado nacional, en la UAR y jugando afuera", señala Coria clarificando que lo hecho sí rindió frutos. Y todo a partir del sacrificio. "Estábamos muy convencidos de lo que querían los entrenadores. Aparte, estaba el grupo de los más grandes que fue el que nos marcó el camino. Había convencimiento de que se podía ganar", aporta Le Fort, y retoma la definición del 85.
"Los técnicos nos decían que nos habíamos preparado para ese momento. Que íbamos a ganar en el scrum, en el maul... Después se dio todo lo que planteamos en la semana y en el vestuario". Pasaron los años y la fórmula sigue siendo tan exitosa como en sus comienzos. En Lawn Tennis, hacerle sentir a las "águilas" el rigor de los forwards será la intención.
"Tumba" Molina, el silencioso pilar y Puma del Mundial 87 relata cada paso de su vida rugbística, cada piña con el detalle de un historiador. Alejado del rugby desde hace tiempo, siente que nunca dejó de estar en una cancha. Quizás hoy no esté en la "caldera" en cuerpo presente, pero sí lo estará su alma y la de tantos otros guerreros que llevaron a este seleccionado a la Inmortalidad aquel lluvioso domingo de 1985.