Estamos llegando al final del año litúrgico. Los últimos evangelios nos han colocado en el clima de la vuelta de Cristo y de la serena y firme esperanza de su victoria final. Pero la venida del Señor será cuando El lo decida, no nos toca a nosotros decir cuándo sucederá. Lo que sí nos compete es estar preparados para ella, y esta se realiza todos los días, en la vida cotidiana de cada jornada que nos toca vivir.

Lo importante es el día de la fidelidad a la vida cotidiana. Hasta que llegó Cristo, el hombre consideró el tiempo como una fatalidad que se le imponía desde fuera. Inclusive después el hombre seguía concibiendo su evolución como una iniciativa exclusiva de Dios. Festejar el tiempo era conformarse con una evolución de la que no se poseían las llaves.

Con Jesucristo, (el primer hombre que percibió la eternidad del presente porque era Dios), el hombre festeja su propio tiempo en la medida en que busca la eternidad de cada instante y la vive en la vida misma de Dios.

La vida cotidiana avanza según esto al compás de un calendario preestablecido; la memoria del pasado y los proyectos hacia el futuro sólo sirven para contribuir al valor de eternidad que se encierra en el presente. No existe ningún día que haya que esperar más allá de la historia; cada día encierra en sí la eternidad para quien lo vive en unión con Dios (Maertens-Frisque). He aquí las gracias a pedir, a lograr ver y vivir en el presente la memoria del pasado y la confianza filial del futuro. Pero todo esto es posible si comprendemos el remate final del evangelio: "con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" (Lucas 21,5-19). Es en el tiempo histórico de cada día donde nos toca perseverar en la fe que nos da el sostén de la esperanza y nos anima a vivir en la caridad.

No son tiempos fáciles para perseverar en el bien, la verdad, la fe… etcétera. El clima social del mundo y de nuestra Nación sufre una verdadera anemia de trascendencia y una anárquica anomia de los valores constitutivos de la sociedad. No podemos negar el clima de desaliento que existe para perseverar en el bien, es como si "el sálvese quien pueda" hubiera pasado a constituir el estilo de vida personal y social. La finalización del año incrementa esta actitud.

No obstante ello, debemos perseverar. La perseverancia es virtud derivada de la fortaleza, por ello son tiempos de ánimos grandes. No hemos de dejarnos arrebatar el destino de nuestra vida que es vivir en el Bien, la Verdad y la Fe, aquí y desde aquí hacia el allá de la comunión con Dios. Perseverar es signo de fidelidad. Por ello es tiempo de pedir a Dios una gran fortaleza de ánimo para perseverar en el camino de la Fe. No son tiempos de caer en las dudas sistemáticas de si "vale la pena" esforzarse o mejor dejar hacer y dejar pasar.

En los tiempos de crisis son los fuertes en la perseverancia los que triunfan; nosotros desde la fe podemos lograr una vida mas digna de hijos de Dios aun cuando veamos que muchas cosas no funcionan.

Reflexión
Es bueno preguntarse cómo son los andariveles por lo que transitan nuestra sociedad: muchos de ellos están desviados y confusos. El documento ultimo de los Obispos sobre la droga nos pone en autos; Argentina no está bien, no vamos bien y terminaremos peor. Pero ello nos debe llevar a reforzar la lucha en una perseverancia que, proviniendo de la Fe, se haga compromiso en la historia.